Magia

¡Los humanos tenemos una forma tan particular de nunca estar presentes! Usualmente vamos por la vida pensando en lo que viene y se nos dificulta enormemente tratar de gozarnos lo que está pasando en el momento. Tenemos afán por lo que sigue, por embutir un montón de cosas hechas en el día con el solo afán de justificar nuestra existencia ante los demás, para que sientan admiración, envidia o pesar al contarles todo lo que hemos logrado, o lo que no pudimos hacer por culpa de _____ (inserte aquí su excusa favorita: el tráfico, el clima, la visita inesperada de nosequiencito, etc). 

Y en medio de tantos trancones y las lloviznas esporádicas que vuelven a caer sobre la capital, aparece la visita, no tan inesperada, de un par de seres que traían consigo una flor morada con una explosión de amarillo en su pecho: una mandala llena de luces que salía a nuestro encuentro sin afán, solo siendo, existiendo y brillando, titilando como un lucerito en medio de las copas de los árboles de los cerros. 

¿Cómo es que hemos postergado tanto ir a su encuentro? ¿Cuándo es que por fin nuestros cuerpos cruzarán las cordilleras, los ríos y los cañones, subidos en esos animales de cuatro patas que ronronean como gatos gigantes cuando van bajando una colina? ¿Será que en vez transitar por un sendero de asfalto hay que agarrar un pájaro de esos de pico largo y alas chiquitas, que surcan el cielo y bailan boleros con las nubes, y que cuando se aburren bajan a darle una caricia a la carretera con sus paticas y se sacuden para que toda la gente se baje? 

Como sea que suceda, después de haber arrancado maleza de dolor y dudas, la dulzura del maíz y el resplandor de una mariposa blanca y azul llegaron hasta nuestros lares con la mandala de colores para sembrarnos magia en el corazón. 

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