¡Al carajo todo!
¡Como si fuera yo la única que tiene un laberinto en la cabeza!
¿No bastan los embrollos de la oficina, los líos de la casa, los trancones en las calles, las filas para pagar?
¿No es ya suficiente tener que vivir abriéndose paso entre millones de personas?
No, no bastan, porque no soy la única que tiene la cabeza como una caja de anzuelos: enredada como cadillos del monte que se pegan a la ropa, como lana que se aferra al cardo cuando éste pasa sobre ella, arañándola con sus púas para hacerla más suave.
Ahora, es diferente tener un laberinto en la cabeza a estar metido en el laberinto que se tiene en la cabeza.
Y, ¿qué se supone que es el laberinto? poco más o menos que la eterna lista de responsabilidades y/o cosas importantes que nos hemos o nos han impuesto, pasando de cosas triviales como mojar o no el cepillo de dientes antes de cepillarse, comerse todo, lavar los platos, hasta tener o no pareja, una carrera, una casa, un carro lujoso, etc. Eso es el laberinto: es un camino lleno de atajos y recovecos, de pasadizos sin salida en el que tenemos que darnos gusto en lo que se supone que nos gusta (porque ni siquiera lo sabemos con certeza) y darle gusto a los demás. Siempre hay un punto en que todo colapsa y de preferencia, al mismo tiempo y por una razón estúpida: una simple pelea familiar, por ejemplo, hace que tengamos mal día en el trabajo (o viceversa), quizá tan malo que seamos despedidos, luego digamos que nos echan de la casa. Sin trabajo, sin dinero, sin vivienda. Y fijo en ese momento los amigos "no se encuentran disponibles". Todo colapsa al tiempo y sólo hay dos salidas: morir o matar. Dejarse hundir o simplemente decir "ME IMPORTA UN CARAJO" y así comenzar a restarle importancia a las cosas que nos enseñaron que eran importantes, de manera que podamos empezar a establecer prioridades sin presiones externas.
Pero es un poco más difícil cuando lo externo está bien (trabajo, familia, amigos) y lo que está colapsando es el laberinto, cerrándose cada vez más sobre nuestras diminutas presencias. Es fácil decir que no hay que dejarse derrotar, que somos más fuertes y mejores que lo que nos está pasando, pero cuando no hay de donde agarrarse para tomar impulso, cuando no hay un espacio para resguardarse mientras todo termina de volverse un desastre es muy jodido. Dirán: ¿Cómo puede alguien estar mal si todo el resto está bien? Bueno, pues no está bien del todo, sea porque elegimos mal, porque los demás no lo valen o porque nosotros mismos sentimos que no lo valemos, la soledad nos succiona el alma como un vampiro.
Ahí sólo resta mandar al carajo el laberinto también. Parar, dejar que todo se desmorone. Con el terreno limpio será más fácil construir lo que queramos, con la facilidad que no tuvimos que encargarnos de derrumbar lo que había. La naturaleza siempre se abre paso y hay que recordar que lo que somos ahora es fruto de como nos moldearon, no el fruto de un crecimiento libre y consciente en que el importara el individuo como tal, de manera que nuestra naturaleza primitiva simplemente emergerá y seguirá evolucionando. No hay que pensar tanto en la importancia de las cosas. ¿Acaso crees que eres el único en seis billones y medio de personas que se preocupa? ¿Acaso crees que la vida está hecha para cumplir al pie de la letra con tus planes? Si la vida nos manda al carajo a todos, manda tu al carajo todo lo demás. Amén.
¿No bastan los embrollos de la oficina, los líos de la casa, los trancones en las calles, las filas para pagar?
¿No es ya suficiente tener que vivir abriéndose paso entre millones de personas?
No, no bastan, porque no soy la única que tiene la cabeza como una caja de anzuelos: enredada como cadillos del monte que se pegan a la ropa, como lana que se aferra al cardo cuando éste pasa sobre ella, arañándola con sus púas para hacerla más suave.
Ahora, es diferente tener un laberinto en la cabeza a estar metido en el laberinto que se tiene en la cabeza.
Y, ¿qué se supone que es el laberinto? poco más o menos que la eterna lista de responsabilidades y/o cosas importantes que nos hemos o nos han impuesto, pasando de cosas triviales como mojar o no el cepillo de dientes antes de cepillarse, comerse todo, lavar los platos, hasta tener o no pareja, una carrera, una casa, un carro lujoso, etc. Eso es el laberinto: es un camino lleno de atajos y recovecos, de pasadizos sin salida en el que tenemos que darnos gusto en lo que se supone que nos gusta (porque ni siquiera lo sabemos con certeza) y darle gusto a los demás. Siempre hay un punto en que todo colapsa y de preferencia, al mismo tiempo y por una razón estúpida: una simple pelea familiar, por ejemplo, hace que tengamos mal día en el trabajo (o viceversa), quizá tan malo que seamos despedidos, luego digamos que nos echan de la casa. Sin trabajo, sin dinero, sin vivienda. Y fijo en ese momento los amigos "no se encuentran disponibles". Todo colapsa al tiempo y sólo hay dos salidas: morir o matar. Dejarse hundir o simplemente decir "ME IMPORTA UN CARAJO" y así comenzar a restarle importancia a las cosas que nos enseñaron que eran importantes, de manera que podamos empezar a establecer prioridades sin presiones externas.
Pero es un poco más difícil cuando lo externo está bien (trabajo, familia, amigos) y lo que está colapsando es el laberinto, cerrándose cada vez más sobre nuestras diminutas presencias. Es fácil decir que no hay que dejarse derrotar, que somos más fuertes y mejores que lo que nos está pasando, pero cuando no hay de donde agarrarse para tomar impulso, cuando no hay un espacio para resguardarse mientras todo termina de volverse un desastre es muy jodido. Dirán: ¿Cómo puede alguien estar mal si todo el resto está bien? Bueno, pues no está bien del todo, sea porque elegimos mal, porque los demás no lo valen o porque nosotros mismos sentimos que no lo valemos, la soledad nos succiona el alma como un vampiro.
Ahí sólo resta mandar al carajo el laberinto también. Parar, dejar que todo se desmorone. Con el terreno limpio será más fácil construir lo que queramos, con la facilidad que no tuvimos que encargarnos de derrumbar lo que había. La naturaleza siempre se abre paso y hay que recordar que lo que somos ahora es fruto de como nos moldearon, no el fruto de un crecimiento libre y consciente en que el importara el individuo como tal, de manera que nuestra naturaleza primitiva simplemente emergerá y seguirá evolucionando. No hay que pensar tanto en la importancia de las cosas. ¿Acaso crees que eres el único en seis billones y medio de personas que se preocupa? ¿Acaso crees que la vida está hecha para cumplir al pie de la letra con tus planes? Si la vida nos manda al carajo a todos, manda tu al carajo todo lo demás. Amén.
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