Digo adiós

Normalmente me resulta más fácil resignarme que aceptar. Y ya luego cuando me acostumbro a estar resignada, llega la aceptación. Quienes me conocen saben que no desisto con frecuencia, que mi terquedad no conoce más límites que los de mi cuerpo y casi siempre van más allá de la paciencia de quienes me rodean porque creo tener la razón. Pero hoy es momento de bajar los brazos, de dejar de luchar contra esta corriente que sigue su curso a pesar de mis numerosos esfuerzos por hacer con mi corazón y con toda mi fuerza una represa para contenerla. Para contener lo incontenible, para tratar de evitar lo inevitable.

Luchar desgasta tanto porque no es el principio natural. No es a lo que vinimos. Vinimos a fluir. A ser felices. Pero nuestro corazón se empeña en vivir en la miseria porque cree ciegamente que podrá convertirla en alegría. No digo que no sea verdad. Pero hay miserias que quieren seguir siendo miserias y hay días grises que no quieren que cruce por su cielo ni un rayo de sol, ni un claro azul de esperanza. Y hay miserias que sólo se convierten en alegrías cuando nos alejamos de ellas con dolor y lágrimas en los ojos, pero que con cada nuevo paso se van convirtiendo en el recuerdo amargo al que no queremos volver y que nos empuja hacia el futuro con esperanza.

Por ahora, estoy en el momento en el que me alejo de mis miserias con dolor y lágrimas en los ojos. Lágrimas de rabia, de dolor, de desesperanza. De decepción, de desilusión, lágrimas de añoranzas de pasados más alegres que resultaron ser poco más que una simple polvareda que se lleva el viento y de la que poco a poco ya no tendré memoria.

Bajé los brazos ante la imposibilidad de mantener el mismo afecto por el lugar en el que desempeñé mis labores con toda mi pasión, a donde siempre quise volver después de haber salido. A donde volví y de donde tuve que salir cuando mi cuerpo conoció sus límites. Me fui llorando sin saber que esta vez era para nunca más volver. Me fui llorando con la esperanza de no ser víctima del olvido que todos tenemos seguro hasta que ese olvido llegó y la esperanza encontró otro hogar. Una mirla negra que representa todas las veces que habré de abrir las alas y hacer resonar mi voz hasta los confines de la tierra.

Bajé los brazos ante mi cuerpo cansado y simplemente me obedecí a los médicos. Bajé los brazos ante mi orgullo que decía que uno se iba de casa para nunca más volver y regresé. Bajé los brazos ante las barreras de mi corazón y permití que me amaran. Bajé los brazos. Pero no sabía que aún debía bajar los brazos una vez más.

Traté de contener la furia de una pasión marchita que buscó nuevas fuentes donde saciarse sin medida mientras una fuente se secaba en casa y yo era testigo de la crueldad del silencio que confirmaba toda falta. Y no pude resistir. Bajé los brazos. Y dejé que la fuente que se secaba viera como esa pasión de su pareja reverdecía en otros brazos que también desistieron. Y así se acabó mi familia. Se acabó porque alguien bajó los brazos y no luchó por su pareja. Se acabó porque yo bajé los brazos y dejé de jugar a ser Dios y a cuidar a todos. Hoy le digo adiós y gracias a esa familia como la conocí. Con lágrimas en los ojos reconozco que no puedo más, que la añoranza por los días pasados en que salíamos todos de paseo me está matando. Que hacer la natilla en diciembre fue una tortura. Que ver una relación "cordial" y fría donde antes había un abrazo de tres en cada cumpleaños me congela el alma. Y ahora ese recuerdo en vez de reconfortarme el alma apaga mi llama. Se interpone en mi camino. Y necesito despedirme de ello. Gracias mi antiguo lugar de trabajo. Gracias a mi cuerpo y todos los malestares que le aquejaron. Gracias a mi familia por cambiar de forma. Gracias a mi mundo por venirse abajo en un segundo. Y hoy, aún con dolor le digo adiós a todo ello. Mañana será el día en que camine con esperanza hacia el futuro que desde ya comienzo a construir.

Comentarios

  1. Es impactante ver como la vida nos puede cambiar de un momento a otro y a veces lo sucesos no aguardan la fila, si no que todos se abalanzan sobre ti y uno queda paralizado, no tiene ni idea de como afrontarlos, porque sencillamente uno no está preparado para eso, pero justo en esos momentos es cuando uno cambia de papel, ya no es uno el que hace, el que ayuda, el que soporta, si no que por el contrario uno se convierte en el que necesita, al que van a ayudar, el que tiene que parar y dejar que otros hagan y aunque uno se niega aceptar ese nuevo rol, las situaciones se lo van imponiendo. Pero no todo es malo aunque las situaciones no sean las mejores y aunque uno sienta que todo lo que es la vida de uno se sacudió y no hay nada firme a lo que uno pueda sujetarse, a veces, solo a veces esas experiencias uno las vive para poner a prueba lo que ha venido sembrando por la vida y en mi opinión personal también es un retrochimba,darse cuenta que hay gente que lo ama a uno y que le nace desde lo mas profundo de su ser hacer cosas por uno, por verlo tranquilo, por aliviarle dolores y heridas y sinceramente después de algo así la vida de uno no es igual; la forma de pensar y de actuar cambia y uno toma una nueva forma de ver las cosas y se da cuenta que por fortuna uno jamas pierde todo, que siempre hay algo para uno aunque ese algo ya no sea lo que en un principio se tenía.
    ¡Me encanta leerte!

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