La verdad lo aclara todo
Hace poco en alguna parte vi que la verdad lo aclara todo.
Esa frase se quedó dando vueltas en mi mente hasta ahora, buscando la más mínima posibilidad de que no fuera así. Y no pude encontrarla.
Por momentos puede parecer que hay una verdad que nubla el panorama con la facilidad con que se forman capas de niebla en el páramo, tormentas de arena en el desierto. Justo ahí, la verdad no aclara nada, sino que llena todo de una sombra de dudas y hasta miedos. Pero no es la verdad en sí misma, es lo que produce en nosotros saber una verdad para la que no creemos estar listos, una verdad que es verdad para alguien más y no para nosotros, una verdad que sacude bruscamente las bases de lo que con recelo hemos construído para resguardarnos, y que en muchos casos, se ha convertido en nuestra cárcel, desde la que sólo vemos el mundo por una rendija diminuta: horizontes reducidos.
Hay verdades que lo han sido siempre para quien las conoce en secreto, de modo que no son revelación para quien las posee sino para quien las necesita. Y de seguro muchas veces en la vida hemos tenido "revelaciones" por medio de verdades que llegan al afrontar el miedo de saberlas. Hay verdades que sabemos que son verdad, pero no entendemos la magnitud de su certeza hasta que estamos realmente listos para afrontar lo apabullante de las mismas.
Hay verdades tristes, verdades alegres, verdades dolorosas, verdades insignificantes. Pero son verdades a fin de cuenta. ¿Por qué reclamar que nos digan la verdad si realmente no queremos escucharla? ¿Por qué decirle a un niño que no hay que mentir, si le obligamos, por ejemplo, a saludar de beso cuando probablemente no quiera hacerlo y no puede decirlo porque sería tomado por maleducado? La verdad es lo único que deberíamos llevar siempre como estandarte porque es lo que más quiere ser comunicado, porque es la voz de la que todos tenemos derecho a hacer uso, pero se nos priva por satisfacer convenciones que a nadie alegran.
La verdad es como la belleza: subjetiva. Sé que las ciencias exactas son diferentes, pero hablo de las verdades de la vida diaria. La verdad no es inmutable: podemos cambiar de opinión. No para todos la verdad es la misma. Pero estar dispuestos a encontrar nuestra verdad, a no imponerla y a escuchar y entender las verdades particulares de los demás, haría que el mundo fuera un lugar más amable para tantos que no tienen más opción que sufrir en silencio por tener que guardar silencio, no porque realmente quieran hacerlo.
Puede que saber la verdad tenga el efecto de una tempestad: que nos de frío en el alma, que tengamos miedo del sonido de los truenos, que sintamos que se nos lleva la vida por delante. Pero a fin de cuentas es sólo una oportunidad para que el cielo se derrame y lave todo lo que ya debe partir, para que el cielo se aclare sobre nosotros y brille con su azul fulgor. La verdad es la tormenta y el estío, la verdad lo aclara todo porque, en sí misma, la verdad lo es todo.
Esa frase se quedó dando vueltas en mi mente hasta ahora, buscando la más mínima posibilidad de que no fuera así. Y no pude encontrarla.
Por momentos puede parecer que hay una verdad que nubla el panorama con la facilidad con que se forman capas de niebla en el páramo, tormentas de arena en el desierto. Justo ahí, la verdad no aclara nada, sino que llena todo de una sombra de dudas y hasta miedos. Pero no es la verdad en sí misma, es lo que produce en nosotros saber una verdad para la que no creemos estar listos, una verdad que es verdad para alguien más y no para nosotros, una verdad que sacude bruscamente las bases de lo que con recelo hemos construído para resguardarnos, y que en muchos casos, se ha convertido en nuestra cárcel, desde la que sólo vemos el mundo por una rendija diminuta: horizontes reducidos.
Hay verdades que lo han sido siempre para quien las conoce en secreto, de modo que no son revelación para quien las posee sino para quien las necesita. Y de seguro muchas veces en la vida hemos tenido "revelaciones" por medio de verdades que llegan al afrontar el miedo de saberlas. Hay verdades que sabemos que son verdad, pero no entendemos la magnitud de su certeza hasta que estamos realmente listos para afrontar lo apabullante de las mismas.
Hay verdades tristes, verdades alegres, verdades dolorosas, verdades insignificantes. Pero son verdades a fin de cuenta. ¿Por qué reclamar que nos digan la verdad si realmente no queremos escucharla? ¿Por qué decirle a un niño que no hay que mentir, si le obligamos, por ejemplo, a saludar de beso cuando probablemente no quiera hacerlo y no puede decirlo porque sería tomado por maleducado? La verdad es lo único que deberíamos llevar siempre como estandarte porque es lo que más quiere ser comunicado, porque es la voz de la que todos tenemos derecho a hacer uso, pero se nos priva por satisfacer convenciones que a nadie alegran.
La verdad es como la belleza: subjetiva. Sé que las ciencias exactas son diferentes, pero hablo de las verdades de la vida diaria. La verdad no es inmutable: podemos cambiar de opinión. No para todos la verdad es la misma. Pero estar dispuestos a encontrar nuestra verdad, a no imponerla y a escuchar y entender las verdades particulares de los demás, haría que el mundo fuera un lugar más amable para tantos que no tienen más opción que sufrir en silencio por tener que guardar silencio, no porque realmente quieran hacerlo.
Puede que saber la verdad tenga el efecto de una tempestad: que nos de frío en el alma, que tengamos miedo del sonido de los truenos, que sintamos que se nos lleva la vida por delante. Pero a fin de cuentas es sólo una oportunidad para que el cielo se derrame y lave todo lo que ya debe partir, para que el cielo se aclare sobre nosotros y brille con su azul fulgor. La verdad es la tormenta y el estío, la verdad lo aclara todo porque, en sí misma, la verdad lo es todo.
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