Dar y recibir III

Hace un tiempo solía decir que me cansaba fácilmente de las cosas, de pasar más de quince minutos desarrollando la misma actividad. Pero hoy, descubrí que eso no es cierto, no me canso de las cosas: me canso de la vanidad sin límite y del egoísmo desmedido de la gente. Me canso de proyectar la imagen equivocada, me canso de tratar de entender la gente sin que los demás se esfuercen realmente por entender lo que les rodea. Todos requieren atención, y aunque es bueno dar tanta como sea posible, siempre es agradable recibir también un poco.

Es increíble cómo dos seres pueden ser tan diferentes, cómo sus historias pueden estar tan lejanas como el cielo de la tierra, cómo las reacciones son tan distintas. En todo caso, hay dos grupos claros: los que viven en modo redentor o proveedor y los que absorben como aspiradoras. Y justo en el medio de estos dos, hay una población mínima en una franja casi imperceptible: los que saben dar y recibir.

Para comenzar, los del modo redentor ni siquiera saben qué ni cómo son en realidad. Pierden su identidad al enfocarse en dar sin medida aún a expensas de su propia felicidad, porque se sienten agotados de buscar recursos y formas por todas partes para hacer entrega de lo que creen que los demás necesitan, pero suponen que esa es la satisfacción verdadera porque está en su crianza entregarse abnegada y silenciosamente a los demás. Luego de una buena temporada de sinsabores, simplemente desvían su mirada de sus sentimientos y de la falta de reciprocidad de los demás, y se convierten en dispensadores autómatas.

Mientras tanto, los que absorben como aspiradoras se acostumbran a recibir sin retribuír en modo alguno, y son los que al pasar el tiempo, se convierten en seres despiadados e insaciables que creen tener derecho y poder sobre la vida y recursos de todo tipo que posean los demás; como por ejemplo, quienes ven a los demás como cajeros, como solucionadores de problemas, como esclavos que deben tener todo listo en casa para nosotros, como meros bomberos que apagan nuestros incendios porque estamos convencidos de que ese es su deber. Y justo cuando todo esto sucede, los que saben dar y recibir han dejado de luchar por mantener el equilibrio porque saben que no pueden convencer ni a unos ni a otros de hacer las cosas de otro modo. Simplemente se entregan amorosamente a su misión de ser felices y ayudar a los demás a serlo.

Pero, ¿alguna vez se han fijado que todo eso también ocurre por dentro de nosotros mismos? Hay una parte, quizá atrofiada, que sigue creyendo que es posible dar y recibir con justicia, y que lo intenta con constancia, pero que se ve sofocada por la parte demandante que le grita que son meras utopías, simples sueños rosa, a todas luces inalcanzables, al mismo tiempo que con su dedo acusador apunta a la parte que se ha olvidado de ser para simplemente proveer, mientras corre desesperada buscando satisfacer a los demás o a las obligaciones contraídas sin que veamos salida alguna para ser felices. Hay que cumplir, claro que sí, pero hay que entender que si no nos tratamos a nosotros mismos con la consideración, respeto y amor con que esperamos ser tratados, o con que tratamos a los demás, no hay camino posible que nos muestre un cambio. El riesgo es grande, sí, pero también es enorme la recompensa. Comencemos por darnos a la tarea de encontrar lo bueno que hay en nosotros y en los demás, y poco a poco la lista de cosas buenas y esperanzadoras se irá alargando. Con esa lista en mano, aprender a retribuír y aprender a tratarnos dignamente será más fácil y más agradable. Aprendamos a dar y a recibir y hagamos que todo esto valga la pena.

Comentarios

Entradas populares