El canto de la moneda

De las monedas muchas veces sólo vemos su valor. Yo hago parte de los distraídos que se dejan embelesar por su tamaño, sus grabados, su cara y su sello, sus colores, y también por su canto.

Todo en el mundo tiene voz, un sonido particular, unas notas específicas. Pero no me refiero al canto de las monedas chocando entre sí, tintineando con dulzura al roce. Me refiero al borde de la moneda, al que le permite mantenerse levantada, el que está grabado de diferentes maneras, el borde que a veces raspamos con la uña para sentir sus pequeñas y vibrantes ondulaciones.

¡Hay tantas cosas en la vida que se parecen a una moneda! ¿Cuánto hemos visto que tiene dos caras?
Situaciones, personas, momentos, desiciones. Todo tiene su contraparte, todo puede ser visto de otra manera. Incluso nosotros mismos y todo cuanto somos, pensamos y sentimos.

Estamos acostumbrados a tener que escoger entre dos cosas, acostumbrados a que es blanco o negro, caliente o frío, bueno o malo, pero también hay gris, hay tibio, hay regular. Hay la posibilidad de escoger ambos o ninguno. Ese es el canto de la moneda: el punto de equilibrio, el punto neutro y al mismo tiempo, los matices vibrantes.

La vida es simple, pero no por ello hemos de ser simplistas. Sólo nos preocupamos por el éxito, sin saber si tenemos las herramientas o estamos listos para alcanzarlo. Pensemos en que somos una moneda: nos es necesario entonces reconocer nuestro valor, las caras que tenemos para mostrar en cada situación, reconocer la cara de nosotros mismos que no queremos ver o nos negamos a aceptar. Reconocer la grandeza o la pequeñez, el peso y el color que tenemos. Reconocer nuestro cuerpo y aceptarlo para comenzar a amarlo, reconocer nuestro interior y aceptarlo para transformarlo. Y para reconocerse a si mismo, la valentía ha de ser mayor a la negligencia.

También nos es necesario reconocer qué nos sostiene, qué nos permite estar en pie tal como la moneda se erige sobre su borde; reconocer qué nos mueve, qué nos impulsa, qué hace de puente entre nuestras dos caras. Entender y sentir las marcas que llevamos grabadas en la piel del alma: acariciarlas, mirarlas, sentirlas, arañarlas, hacerlas nuestras para poder transformarlas en lo que quieremos y de paso ir transformándonos en algo mejor cada día. Porque al menos nosotros tenemos capacidad de desición, tenemos voluntad para transformarnos a nuestro antojo.

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