Crisálida

Supongo que así sufre una mariposa cuando está lista para salir de su crisálida.
El dolor y el encierro me atormentan y esta presión me hace reconocer cómo se sienten mis fluidos correr por todo mi cuerpo, como se transporta a torrentes la savia de mi alma por canales estrechísimos hasta llegar a cada rincón de mi existencia.

Siento que me ahogo. No me siento como si fuera a morir y todo fuera a acabar, pero me siento temerosa ante la incertidumbre de lo que vendrá después de lograr escapar de ésta cárcel que antes me permitió conocer las ramas en las que vivía, alimentarme, existir, y ahora simplemente se abrirá dejándome a la deriva. ¿Seré capaz de abrir mis alas? ¿Seré capaz de tomar el impulso necesario para volar?

A veces me causa gracia ser tan vulnerable, tan influenciable. Tengo claro que siempre estoy a merced de fuerzas que no puedo controlar, como el clima, el gobierno, la energía del universo y las cosas que rodean el planeta. Pero también estoy a merced de mis sentimientos, de los conocimientos que he ido adquiriendo a lo largo del tiempo. De hecho, estoy incluso a merced de mi cuerpo que sufre doblándose con un dolor sin causa, con unas punzadas que queman, con una estructura que aunque se hace cada vez más liviana perdiendo peso, me cuesta mucho levantar. Sé que no es nada grave, sé que no es nada que ponga en riesgo mi vida, pero, ¿puede haber algo más grave o triste que perder la vida? Y no me refiero a que muera el cuerpo, me refiero a que comience a morir el alma en el encierro. ¿Hay algo sobre lo que yo pueda navegar teniendo el control? Si lo hay, no sería más que el pequeño charco de mi voluntad.

Miro a mi alrededor y no veo justo ahora más que un cielo tenebroso de donde podría venir un meteorito y matarnos a todos, cuando sólo hace unas horas veía el cielo azul y tachonado de estrellas y luceros que siempre anhelo ver para dormir. Me miro a mi misma y veo una persona temerosa de morir. Tengo miedo de morir, de no lograr salir de la crisálida con vida y jamás haber volado.