A mi mamá
No voy a decirte que te agradezco por todas las cosas buenas y los esfuerzos, que te pido que me perdones y que te perdono, etcétera. Nada de eso. Vengo a hablarte de ti.
El otro día tocaste a mi puerta simplemente para preguntarme si una blusa te quedaba bien. Mi respuesta fue que sí, que por qué lo preguntabas. Y rápidamente mi cara se transfiguró en una expresión poco amable y de impaciencia al oírte decir: "Es que estoy muy gorda, mira esto de aquí" y te cogías tu pancita a dos manos, sintiéndote fea, incluso despreciable por tu aspecto. Lamento no haber sido tan amable, pero estoy tan harta de esto, mamá, tan harta de verte tomarte a pecho comentarios de los demás, ¡tan harta de sentirte avergonzada del cuerpo que tienes!
En el peor tono posible para alguien que debería dar su opinión calmada y amablemente, te respondí que no podías pretender tener el cuerpo que tenías cuando tenías veinte años porque tenías dos embarazos encima, tenías una herencia de bajitos y gorditos, y para cerrar con broche de oro te dije que miraras alrededor: que no podías pretender ser un palo porque todos en la casa tenemos sobrepeso.
No sé cómo saliste de la habitación, ni como te sentiste, pero hoy te escribo para decirte que está bien tener miedo, que está bien buscar una opinión, pero también para pedirte que aprendas a dar la importancia justa a los comentarios de los demás y en la intención que tienen al hacerlos. Los comentarios malintencionados se descartan de entrada, los demás, hay que empezar a rumiarlos para ver qué de ellos sirve. Si te hablo como mujer y poniéndome en tu lugar, digamos que me hiciera una liposucción, que me cortaran allí, me cosieran allá, me quitaran las estrías, las arrugas... fantástico, es posible que me viera hermosa y escultural tal como sientes que quisieras ser, pero la naturaleza es la naturaleza: tarde o temprano te mirarás en el espejo y te darás cuenta que no eres tu nunca más, ni volverás a serlo. Te darás cuenta que las estrías en tu abdomen no son sólo "marcas de guerra" como alguna vez las llamaste, verás que son la huella de que albergaste vida dentro de ti, en cada arruga encontrarás sabiduría, en cada cana encontrarás un rayo de luz pasando por tu mente. No estoy diciendo que no haya que cuidarse: no sólo por salud, además tienes una imagen que resguardar. Pero yo en lo que creo es en que detrás de esa mujer oficinesca se esconde una mujer normal que ve pasar el tiempo con una resignación amarga, con una frustración dolorosa que lleva a cuestas desde siempre porque lo normal es ser flaco, sin pelos, sin arrugas y siempre sonriente.
No sólo te lo digo a ti, me lo estoy diciendo a mi misma, se lo digo a todo el mundo mientras te lo digo: Todos los ciclos se terminan cuando logramos aceptar que se terminan. Si no aceptamos que se han acabado simplemente se prolongan pero desdibujados: lo que antes fuera una alegría se convierte en un veneno que nos recorre lentamente y nos hace añorar el pasado. Cuando se vive con temor a los cambios del futuro o se miran con simple resignación y no con aceptación, el presente duele por la angustia. Ésta eres tú, aquí y ahora, midiendo lo que mides, con los años que tienes, con el cuerpo que tienes. Está en ti romper este ciclo de rechazo contigo misma, de esa pena que sentimos por la menstruación y nuestra propia sangre teniendo que esconderla o verla como un desecho (cosa que nos han enseñado desde siempre). El rechazo a algo tan normal e inherente a nuestro ser femenino lleva a mas rechazos. El amor por ti misma, la aceptación y la paz, sólo pueden llevar a que te sientas feliz y tranquila contigo misma, con tu cuerpo, con tu entorno, con tu mundo.
Yo sólo quiero ver una mujer libre de tantas cargas, alguien eficiente en creer con convicción en su imagen y lo que proyecta, tal como en el trabajo. Yo sólo quiero hacerte saber que no tienes que parecerte a nadie ni tener ciertas medidas para ser hermosa. De hecho, ser diferente a los demás es lo que te hace bella ante nuestros ojos.
Con amor,
Tu hija.
El otro día tocaste a mi puerta simplemente para preguntarme si una blusa te quedaba bien. Mi respuesta fue que sí, que por qué lo preguntabas. Y rápidamente mi cara se transfiguró en una expresión poco amable y de impaciencia al oírte decir: "Es que estoy muy gorda, mira esto de aquí" y te cogías tu pancita a dos manos, sintiéndote fea, incluso despreciable por tu aspecto. Lamento no haber sido tan amable, pero estoy tan harta de esto, mamá, tan harta de verte tomarte a pecho comentarios de los demás, ¡tan harta de sentirte avergonzada del cuerpo que tienes!
En el peor tono posible para alguien que debería dar su opinión calmada y amablemente, te respondí que no podías pretender tener el cuerpo que tenías cuando tenías veinte años porque tenías dos embarazos encima, tenías una herencia de bajitos y gorditos, y para cerrar con broche de oro te dije que miraras alrededor: que no podías pretender ser un palo porque todos en la casa tenemos sobrepeso.
No sé cómo saliste de la habitación, ni como te sentiste, pero hoy te escribo para decirte que está bien tener miedo, que está bien buscar una opinión, pero también para pedirte que aprendas a dar la importancia justa a los comentarios de los demás y en la intención que tienen al hacerlos. Los comentarios malintencionados se descartan de entrada, los demás, hay que empezar a rumiarlos para ver qué de ellos sirve. Si te hablo como mujer y poniéndome en tu lugar, digamos que me hiciera una liposucción, que me cortaran allí, me cosieran allá, me quitaran las estrías, las arrugas... fantástico, es posible que me viera hermosa y escultural tal como sientes que quisieras ser, pero la naturaleza es la naturaleza: tarde o temprano te mirarás en el espejo y te darás cuenta que no eres tu nunca más, ni volverás a serlo. Te darás cuenta que las estrías en tu abdomen no son sólo "marcas de guerra" como alguna vez las llamaste, verás que son la huella de que albergaste vida dentro de ti, en cada arruga encontrarás sabiduría, en cada cana encontrarás un rayo de luz pasando por tu mente. No estoy diciendo que no haya que cuidarse: no sólo por salud, además tienes una imagen que resguardar. Pero yo en lo que creo es en que detrás de esa mujer oficinesca se esconde una mujer normal que ve pasar el tiempo con una resignación amarga, con una frustración dolorosa que lleva a cuestas desde siempre porque lo normal es ser flaco, sin pelos, sin arrugas y siempre sonriente.
No sólo te lo digo a ti, me lo estoy diciendo a mi misma, se lo digo a todo el mundo mientras te lo digo: Todos los ciclos se terminan cuando logramos aceptar que se terminan. Si no aceptamos que se han acabado simplemente se prolongan pero desdibujados: lo que antes fuera una alegría se convierte en un veneno que nos recorre lentamente y nos hace añorar el pasado. Cuando se vive con temor a los cambios del futuro o se miran con simple resignación y no con aceptación, el presente duele por la angustia. Ésta eres tú, aquí y ahora, midiendo lo que mides, con los años que tienes, con el cuerpo que tienes. Está en ti romper este ciclo de rechazo contigo misma, de esa pena que sentimos por la menstruación y nuestra propia sangre teniendo que esconderla o verla como un desecho (cosa que nos han enseñado desde siempre). El rechazo a algo tan normal e inherente a nuestro ser femenino lleva a mas rechazos. El amor por ti misma, la aceptación y la paz, sólo pueden llevar a que te sientas feliz y tranquila contigo misma, con tu cuerpo, con tu entorno, con tu mundo.
Yo sólo quiero ver una mujer libre de tantas cargas, alguien eficiente en creer con convicción en su imagen y lo que proyecta, tal como en el trabajo. Yo sólo quiero hacerte saber que no tienes que parecerte a nadie ni tener ciertas medidas para ser hermosa. De hecho, ser diferente a los demás es lo que te hace bella ante nuestros ojos.
Con amor,
Tu hija.
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