Para esperar hay que ser valiente

A veces es necesario parar cuando nuestras alas se han roto y volar haría poco más que lastimarlas más. A veces parar es ser valiente.

Cuando queremos comenzar algo necesitamos de valentía, conocimientos y ayuda para hacerlo, pero una vez que todo ha comenzado a correr, sólo se necesita consciencia, respeto y constancia. Todo sigue marchando, de manera tal que la inercia nos lleva. Aún cuando queremos romper de rutina, ella nos atrae hacia sí con vehemencia, como si fuéramos un perro amarrado con una cadena tan larga que le permite correr a lo largo y ancho del patio, pero que le ahogará si intenta cruzar la puerta. Pero hay veces que no salimos de la rutina por nuestra propia voluntad. Salimos porque estamos lastimados sea financiera, social, familiar o interiormente. Salimos de la rutina porque se nos ha quebrado un ala, o peor aún, alguien nos atacó con tal maldad que nos quitó una parte, y volar sería un esfuerzo inconsciente y desmesurado para la condición actual. Aún así, no podemos quedarnos ahí, en el suelo, expuestos como piezas de carne en el almacén o como verduras en la plaza. No podemos yacer revolcándonos en la sangre de nuestro dolor o miseria, aunque quisiéramos, no somos capaces de sólo quedarnos inmóviles tratando de pensar en una salida: somos héroes, o hacemos hasta lo imposible para producir más lástima.


En todo caso, quedándonos expuestos en semejante fragilidad sólo nos lleva a correr más peligros, porque siempre habrá un depredador al acecho: un banco que nos cobra, una familia que nos vuelve la espalda, unos amigos que se esfumaron o simplemente las bases en las que se asentaba todo lo que somos se han desmoronado como cuando mordemos una galleta polvorosa. No queda nada, más que asirnos a los restos que nos quedan de lo que ha muerto, luchar con todas nuestras fuerzas para levantarnos y rezar por un motivo que nos motive lo suficiente para hacerlo. Si no querer morir no es suficiente, no sé qué lo es.

Es necesario levantarnos y volar lo más rápido posible a un lugar seguro para refugiarnos. Siempre habrá algún buen samaritano para tendernos la mano, incluso alguien interesado en cuidarnos, y casi siempre es alguien con quien no contábamos o en quien habíamos perdido la fe. Necesitamos parar el derrame de lágrimas y sangre, necesitamos descansar y esperar a que nuestra ala esté mejor, necesitamos esperar a sanar. Y en la desesperación de cumplir con nuestras necesidades o anhelos tratamos de acelerar el proceso sin darnos cuenta que todo lo que hacemos es retrasar la victoria. Ahora, es la desesperación o la desesperanza lo que nos acecha. Y es ahí cuando necesitamos ser valientes para encontrar dentro de nosotros la fuerza suficiente para esperar y para no dejarnos vencer una segunda vez.

Esto lo entiendo después de un año de querer acelerar un proceso mes a mes para poder hacer lo que quiero, y mes a mes la vida me ha enseñado que no sólo es cuando yo quiera hacer las cosas porque tengo motivos para luchar, es cuando mi ser esté listo para hacerlo. Para esperar también hay que ser valiente.

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