Ilusión

Catalina no podía evitar pensar que la obra de arte que había terminado iba a verla el resto de su vida, sobre la repisa de la chimenea. Su sueño estaba plasmado en aquellas arenas contenidas en esa botella de vidrio que había sellado con un corcho aún húmedo y una nota atada a un hilo en la que letras del idioma del amor rezaban: "Message d'amour des douphins" y se escondían tímidamente de las miradas que se posaban sobre aquellos cuerpos ocultos entre dos troncos, entre la niebla, entre el mar. Para los niños, no había más que nueve delfines, para ella, había nueve delfines, sí, pero iba mucho más allá. No eran sólo delfines jugueteando, podía ser todo. Podía ser una pareja desnuda en la que la mujer se ofrecía completa y sin temor a un compañero que hundía su nariz en la tersura del cuello de su amada, un hombre ansioso por llenarse por completo de su aroma, unas manos delicadas que asían los atributos de su adoración. Podía ser también una pareja que de tanto bailar cayó rendida al suelo sumiéndose en el cansancio, podía ser una mujer con alas de mariposa. Quizá esa explicación era la que más le gustaba: una mujer con su compañero como sus alas, las alas frágiles y liberadoras de una mariposa gris que se sentía tan a gusto que no podía más que levantar sus brazos, respirar hondo y sentirse como una bailarina de ballet en las corrientes del viento eterno del infinito. Incluso, podría ser un cuento en que de la unión de un hombre y una mujer nacieron los delfines, porque mientras él la rodea con sus brazos, sostiene en sus manos el más pequeño de los delfines de la ilusión. Tantas lecturas en una simple botella, tantas posibilidades en unos cuantos granos de arena...

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