Vivir es como ir al médico

A veces la existencia transcurre como una visita al hospital.
En muchas ocasiones, simplemente existir, más allá de ser un accidente, es el fruto de la insistencia, la persistencia y la necesidad. Tal como cuando se llama a pedir una cita médica.
Luego, cuando por fin se sabe que existe, hay que esperar el día, tal como se espera venir al mundo, aunque todo tarde muchos meses.

Podría ser simplemente un chequeo y todo ser muy feliz hasta que, tengamos o no molestias, al doctor le da por hacer exámenes de rutina: ahí comienza la tortura. Si los resultados son favorables, perfecto, pero nos entristece haber tenido que sufrir el pinchazo, al menos a quienes le temen. Si son malas noticias, los exámenes no serían sino el presagio del desfile de píldoras, inyecciones, terapias, dietas o procedimientos a realizar. En todo caso, nadie en la vida escapa de unos cuantos pinchazos, y hay algunos que aún corren con la mala fortuna de necesitar una cirugía o de sufrir una fractura. Traiciones, malentendidos, desamores, peleas entre hermanos, insultos y frustraciones que aparecen desde cuando ni entendemos cómo ponernos los zapatos.

Pero a mí no me importa quedar como un colador si por fin toda la dolencia del cuerpo termina. No es relevante para mí cuántos pinchazos o suturas deba soportar, aún más simple, terapias físicas que no dejan de ser dolorosas, si con ellas aprendo también que los pinchazos del alma son lo que nos hace recordar que existe, porque no la vemos y a veces olvidamos que la tenemos, y que en ella se alberga la suma de todo cuanto somos, fuimos y queremos llegar a ser. En todo caso, así como casi siempre hay una cura para el cuerpo, también habrá una para el corazón dolorido, para la mente agobiada, para el alma en pena que habrá de alegrarse al saber que la voz del médico que antes parecía despiadada ahora es una dulce melodía que anuncia la salud restablecida. A veces la cura no sólo está en la maestría y la destreza, también está en la inexperiencia y la inocencia.