Lloviendo

La lluvia no deja de caer. No hace tanto frío como la semana pasada, aunque el poco frío de los cuerpos contrasta con lo gélido de las almas, con lo gris de todas las miradas, con lo vivamente ácido de todas las palabras.

Hay muchas personas que gustan de los días lluviosos. Yo gustaría más de ellos si pudiera protegerme mejor del frío... Ese es el único motivo para mi insatisfacción en los días de lluvia, porque es tan hermoso como cuando hace sol. Hasta es tan hermoso que quién no ha soñado con bailar o besar bajo la lluvia. Con el agua todos los colores se hacen más vivos: los verdes más verdes, los ladrillos lucen más rojizos, el gris del pavimento se vuelve tan negro como dicen que son mis ojos. El trigueño de mi piel se vuelve almendra cuando unas gotas de lluvia caen tocándome.

Quizá la lluvia no acentúe más que colores y tristezas, porque es bien sabido que son las personas melancólicas las que más gustan de los días de mal tiempo, como suelen llamarle casi todos. Bueno, creo que me equivoco, porque hay ciertas criaturas que, como yo, gustan de la lluvia. Yo gusto más de ella cuando tengo cómo guarecerme, pero cuando no, simplemente me detengo a contemplarle, a escucharle, a dejar que mi ser se llene de ella por entero y que se humedezcan los caminos tostados por el sol de la sequía. Criaturas como las ranas que croan sin cesar proveyendo a los oídos citadinos un canto celestial cuando por fin van al campo, o recordando a los campesinos que aún en lo que tanto conocen, a veces olvidan que hay criaturas que no ven tan seguido. Criaturas como las lombrices que por fin pueden desplazarse a sus anchas en el negro mar de tierra que yace rodeándoles todo el tiempo. Y también, criaturas ventajosas, o simplemente sobreviviendo a costa de nuestra naturaleza, como las mirlas que se dan festines con las lombrices que asoman por entre el barro.

Los aguaceros son también el génesis de los anhelos tempranos de un lecho tibio, de un chocolate caliente, de una compañía agradable. Son los gestores de canciones melancólicas, o de algunas llenas de gracia basadas en los charcos y lo que pasa con ellos. ¿Quién no recuerda la canción? ¿Quién no recuerda haber pisado un charco para mojar a alguien, o quién no ha sido mojado por un carro que pasó a toda sobre un charco? De hecho, este fenómeno meteorológico es base de varios refranes: "Van a llover hasta maridos", "Llueve a cántaros" o "Abril, lluvias mil", y también de expresiones como: "Lavarse" o "Estar como un pato".
Las cabañuelas de comienzo de año pueden o no verse cumplidas con el paso de los días, pero sea para lo que sea, la lluvia no desaparecerá para siempre: sea para dar gusto a los melancólicos, para cumplir con un ciclo, para hacer fértil la tierra o para refrescar a los amantes mientras se complacen en su amor. Lo que no deja de ser cierto es que la lluvia, como el tiempo soleado, siempre está.

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