La línea de la vida
No puedo evitar pensar que voy a vivir como quinientos años al mirar en mi mano lo que se supone que es la línea de la vida. La recuerdo tan distinta, tan llena de tachones, de líneas que se entrecruzaban, tan colmada de un futuro que parecía poco promisorio y se había convertido en la imagen que preludiaba la seguidilla de desgracias que estaban por venir. Recuerdo que era interesante, pero sobre todo, insulsa, y corta.
Así las cosas, no me hacía muchas ilusiones y llevaba una vida sombría por más que trataba hacerla brillar, vacía por más cosas que hiciera para colmar los silencios que habían encallado en el reloj al pasar el segundero y que eran sepultados en mi memoria al ver correr las otras dos manecillas: era el índice que señala quien ha perdido tiempo. Era la maldición del supersticioso que ha pasado bajo la escalera al salir corriendo asustado por ver un gato negro.
Luego, casi toda marca desapareció de mis manos. Una noche vino un albañil silencioso y resanó cada marca de mis dedos, de mis manos, dejándolas tan lisas como un papel, tan frágiles como una escultura de greda hecha por un niño pequeño. Tan bueno era el albañil que hasta borró mis huellas. Y creí que era el momento ideal para ser la criminal perfecta.
A veces pienso que la naturaleza humana está lejos de ser buena y perfecta desde sus inicios. ¡Los bebés son manipuladores! De manera que las cosas buenas se aprenden o se obtienen luego de 'domar' al demonio interior. Vive reprimido como viven en la sombra nuestras ansias, o la capacidad de nuestras voces acalladas por el "no grites, no llores, haz silencio" que siempre está presente. Pero cuando esta represión se acaba, el demonio se libera, y aprender a domarlo por si mismo toma tiempo.
Gracias a Dios, la vida, el destino, el universo, o lo que sea, la masilla del albañil volvía a quitarme mis huellas cada vez que estaba grabándolas te nuevo. Quizá el albañil era yo misma, buscando enterrar mis faltas o dándome una nueva oportunidad, hasta tener lo que quería, sin saber siquiera que era, al menos no conscientemente. No, mejor aún... había alguien que siempre me quiso en su vida, y luchó tanto por mí, que era su alma la que venía a mí para curarme y darme nuevas oportunidades de ser tan libre y feliz como él lo había soñado para mi. Hubo siempre alguien que fue mi sombra aunque no hubiera sol, mi aliento aunque ya desfalleciera, mi escudo ante el mundo. Él me quitó las huellas de miseria hasta que yo pudiera encontrar lo que quería, lo que soñaba, lo que anhelaba, y esa respuesta la tenía clara: era el mismo que venía a hurtadillas en las noches, era el dueño de los ojos y la voz más cautivadoras del mundo. Él me dio la oportunidad, yo decidí tomarla y hacerme a una vida diferente y con ella, la línea de la vida en mi mano también se volvió diferente.
Así las cosas, no me hacía muchas ilusiones y llevaba una vida sombría por más que trataba hacerla brillar, vacía por más cosas que hiciera para colmar los silencios que habían encallado en el reloj al pasar el segundero y que eran sepultados en mi memoria al ver correr las otras dos manecillas: era el índice que señala quien ha perdido tiempo. Era la maldición del supersticioso que ha pasado bajo la escalera al salir corriendo asustado por ver un gato negro.
Luego, casi toda marca desapareció de mis manos. Una noche vino un albañil silencioso y resanó cada marca de mis dedos, de mis manos, dejándolas tan lisas como un papel, tan frágiles como una escultura de greda hecha por un niño pequeño. Tan bueno era el albañil que hasta borró mis huellas. Y creí que era el momento ideal para ser la criminal perfecta.
A veces pienso que la naturaleza humana está lejos de ser buena y perfecta desde sus inicios. ¡Los bebés son manipuladores! De manera que las cosas buenas se aprenden o se obtienen luego de 'domar' al demonio interior. Vive reprimido como viven en la sombra nuestras ansias, o la capacidad de nuestras voces acalladas por el "no grites, no llores, haz silencio" que siempre está presente. Pero cuando esta represión se acaba, el demonio se libera, y aprender a domarlo por si mismo toma tiempo.
Gracias a Dios, la vida, el destino, el universo, o lo que sea, la masilla del albañil volvía a quitarme mis huellas cada vez que estaba grabándolas te nuevo. Quizá el albañil era yo misma, buscando enterrar mis faltas o dándome una nueva oportunidad, hasta tener lo que quería, sin saber siquiera que era, al menos no conscientemente. No, mejor aún... había alguien que siempre me quiso en su vida, y luchó tanto por mí, que era su alma la que venía a mí para curarme y darme nuevas oportunidades de ser tan libre y feliz como él lo había soñado para mi. Hubo siempre alguien que fue mi sombra aunque no hubiera sol, mi aliento aunque ya desfalleciera, mi escudo ante el mundo. Él me quitó las huellas de miseria hasta que yo pudiera encontrar lo que quería, lo que soñaba, lo que anhelaba, y esa respuesta la tenía clara: era el mismo que venía a hurtadillas en las noches, era el dueño de los ojos y la voz más cautivadoras del mundo. Él me dio la oportunidad, yo decidí tomarla y hacerme a una vida diferente y con ella, la línea de la vida en mi mano también se volvió diferente.
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