En la dicha y en la adversidad...

Normalmente la desgracia vende más que las noticias alegres, a no ser que sean fútbol o los finales de las novelas.
¿Porqué lo adverso vende más? Lo que para unos es alegría y orgullo, es para otros una tristeza inmensa, una afrenta o una vergüenza. Las alegrías duran poco sea porque algo malo sucede pronto o porque nos acostumbramos al logro obtenido y siempre vamos por más, para fortuna nuestra y de la humanidad. Pero sumirse en la tristeza, en la desesperación o llegar al punto de colapsar por estrés además de ser duradero, es algo que llama más la atención que las mismas dichas, porque éstas no a todos nos pertenecen, como si lo hacen las desgracias.

Hay tres opciones frente a lo adverso: se intenta ayudar al caído en desgracia sea o no que nos afecte o nos duela, se es indiferente o el pobre infeliz se vuelve objeto de las burlas de quienes, en su victoria, se sienten omnipotentes. De hecho, es tan poco lo que podemos controlar nuestras emociones que la victoria de alguien deja de ser una simple derrota para nosotros, para convertirse en un punto de inflexión que nos catapulte en las futuras luchas para ser incluso mejores que esa persona que nos ganó, o que nos sepulte para siempre en un derrotismo y un menosprecio propio que es aún más difícil de vencer.

Incluso a veces ni es necesario que sea una persona la que nos derrote. Los sueños nos dan felicidad, los proyectos nos llenan de ilusión al punto de creer que son perfectamente realizables en las condiciones actuales, pero hace falta poco menos de una pizca de realidad para que todo se derrumbe por la más mínima imposibilidad, que a veces es la más grande: el dinero.

¿Cuántos albergamos en nuestros sueños cientos de viajes, de renovaciones, de cambios, de estudios, o incluso de una simple prenda de vestir, y por una sola cosa vemos que no las podemos tener? Y además, no nos conformamos con que la falta de dinero sea el impedimento para realizarlos, necesitamos asirnos a otras excusas que nos hagan sentir menos miserables: no es seguro, no es para mí, quisiera hacer otras cosas si tuviera ese dinero, aún sabiendo que no son sino mentiras que nos decimos hasta que nos hacemos creer a nosotros mismos que son verdad.

En todo caso, otro es el panorama cuando las alegrías de los demás también son nuestras, cuando ayudamos a los demás a cumplir sus sueños como nuestros propios, en lugar de esforzarnos en humillarles y hacerles ver que todo es imposible. Si por ellos fuera hasta estar respirando mientras les hablamos sería imposible. Si no somos nosotros mismos los que destruimos nuestros sueños, no dejemos que los demás los destruyan con argumentos que poco buscan ayudarnos a conseguirlos.

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