Cada rana en su charco, cada lora en su estaca.
Lo normal no siempre es lo mejor, al menos no para todos.
¿Acaso es normal no casarse? ¿Es normal ser gay? ¿Es normal pintarse el pelo de mil colores? A los ojos de las familias colmadas de tradiciones y los hijos de tales crianzas, no, pero siempre llega un punto en que en vez de llevar las uñas cortas y sin adorno decidimos llevarlas largas y con esmaltes de colores escandalosos.
Igual con la ropa. Negro, azul, gris, blanco. Fin del círculo cromático tradicional. Rara vez se verá una camisa de otro color, y si se lleva, también será de un color frío. Poco de rojo, si acaso en una corbata o una camiseta del Santa Fe. Morado en las sotanas de los curas en la cuaresma. ¿Amarillo? Ni pensarlo, a no ser que sea oro. Tantos colores tiene el mundo, tanta belleza en cada uno, y siempre escogemos los mismos.
Así mismo pasa con la vida: tantas opciones, tantas posibilidades, y siempre las mismas. Abogado, médico, ingeniero. Aún cuando escojamos estas que sea de corazón y busquemos posibilidades distintas dentro de las mismas. Desarrollar estructuras cada vez más funcionales, la cura de alguna enfermedad, la promoción de leyes que sirvan a todos los ciudadanos, pensando que uno a uno se suman los muchos millones que pueblan estas tierras.
Y aún si escogiéramos caminos diferentes a estos, queriendo ser cocinero por ejemplo, que ahora está muy de moda, diseñador, incluso ecologista, no es suficiente con el savoir faire, también es necesario querer ir siempre más allá. Quien no arriesga un huevo no gana una gallina. A veces es echando a perder que se aprende, aunque si pudiéramos obviar esta parte sería mejor. A veces hay que tomar riesgos. De los errores han salido muchos de los descubrimientos del hombre.
Yo, por ejemplo, arriesgo mis prejuicios o lo que se supone que corresponde a cada cual comer o hacer, siempre y cuando no vaya en cuenta de reglas evidentes. Por ejemplo, siendo cocinera, sería absurdo vivir con las uñas pintadas. Ya sé que no debo hacerlo, al menos mientras deba permanecer en una cocina. Pero si puedo probar cosas diferentes, las haré siempre, sabiendo que lo primero es experiencia y sabré si funciona o no. Si no funciona y lo repito, ya es error.
Si el tiempo no nos alcanza para todo lo que tenemos que hacer hay dos opciones: ver menos televisión, u ocuparnos de nuestros propios asuntos en vez de andar mirando la vida de los demás. Finalmente, a más de hablar sea en alabanza o en protesta, es poco más lo que podemos hacer. Otra cosa es cuando ayudar a los demás es parte de nuestros asuntos. Zapatero a tus zapatos. Vive y deja vivir.
¿Por qué sería disparatado probar otras opciones que la naturaleza nos ha dado? No siempre lo preestablecido funciona para todos. Si me siento bien con un hombre o una mujer, solo me incumbe a mi. Si me gusta o no la carne, es mi problema. Si decido dedicarme a comer alpiste y mijo con cierta frecuencia para ver si soy cada día más sana, aunque sean comida de pajaritos, también es mi asunto. Sólo a mi me interesa si mi sueño de tener plumas, trinar y echarme a volar se hace realidad.
¿Acaso es normal no casarse? ¿Es normal ser gay? ¿Es normal pintarse el pelo de mil colores? A los ojos de las familias colmadas de tradiciones y los hijos de tales crianzas, no, pero siempre llega un punto en que en vez de llevar las uñas cortas y sin adorno decidimos llevarlas largas y con esmaltes de colores escandalosos.
Igual con la ropa. Negro, azul, gris, blanco. Fin del círculo cromático tradicional. Rara vez se verá una camisa de otro color, y si se lleva, también será de un color frío. Poco de rojo, si acaso en una corbata o una camiseta del Santa Fe. Morado en las sotanas de los curas en la cuaresma. ¿Amarillo? Ni pensarlo, a no ser que sea oro. Tantos colores tiene el mundo, tanta belleza en cada uno, y siempre escogemos los mismos.
Así mismo pasa con la vida: tantas opciones, tantas posibilidades, y siempre las mismas. Abogado, médico, ingeniero. Aún cuando escojamos estas que sea de corazón y busquemos posibilidades distintas dentro de las mismas. Desarrollar estructuras cada vez más funcionales, la cura de alguna enfermedad, la promoción de leyes que sirvan a todos los ciudadanos, pensando que uno a uno se suman los muchos millones que pueblan estas tierras.
Y aún si escogiéramos caminos diferentes a estos, queriendo ser cocinero por ejemplo, que ahora está muy de moda, diseñador, incluso ecologista, no es suficiente con el savoir faire, también es necesario querer ir siempre más allá. Quien no arriesga un huevo no gana una gallina. A veces es echando a perder que se aprende, aunque si pudiéramos obviar esta parte sería mejor. A veces hay que tomar riesgos. De los errores han salido muchos de los descubrimientos del hombre.
Yo, por ejemplo, arriesgo mis prejuicios o lo que se supone que corresponde a cada cual comer o hacer, siempre y cuando no vaya en cuenta de reglas evidentes. Por ejemplo, siendo cocinera, sería absurdo vivir con las uñas pintadas. Ya sé que no debo hacerlo, al menos mientras deba permanecer en una cocina. Pero si puedo probar cosas diferentes, las haré siempre, sabiendo que lo primero es experiencia y sabré si funciona o no. Si no funciona y lo repito, ya es error.
Si el tiempo no nos alcanza para todo lo que tenemos que hacer hay dos opciones: ver menos televisión, u ocuparnos de nuestros propios asuntos en vez de andar mirando la vida de los demás. Finalmente, a más de hablar sea en alabanza o en protesta, es poco más lo que podemos hacer. Otra cosa es cuando ayudar a los demás es parte de nuestros asuntos. Zapatero a tus zapatos. Vive y deja vivir.
¿Por qué sería disparatado probar otras opciones que la naturaleza nos ha dado? No siempre lo preestablecido funciona para todos. Si me siento bien con un hombre o una mujer, solo me incumbe a mi. Si me gusta o no la carne, es mi problema. Si decido dedicarme a comer alpiste y mijo con cierta frecuencia para ver si soy cada día más sana, aunque sean comida de pajaritos, también es mi asunto. Sólo a mi me interesa si mi sueño de tener plumas, trinar y echarme a volar se hace realidad.
y.... ¿Si el Loro quiere estar en el Estanque y la Rana en el nido?
ResponderEliminarBienvenido sea el Loro en el estanque, buenos deseos a la rana en su viaje al nido. Ojalá la rana alcance a saltar a la espalda del lorito en vuelo. De eso se trata, de nuevos horizontes, de las vidas diferentes que soñamos y nos da miedo alcanzar.
ResponderEliminar