Arreglando la casa
Darse cuenta de la necesidad de reparar algo, las paredes de una habitación, por ejemplo, es semejante a darse cuenta que la vida está patas arriba o lo suficientemente dañada como para ameritar una reparación general.
Es común amoldarnos a la vida que tenemos, o a la que nos tocó. Es poca la gente con visión y ganas suficientes, personas que sin ser desagradecidas, no se conforman y siempre van por más para sí y para los demás. La mayoría de las personas nos acurrucamos para proteger lo poco que tenemos, y que ni siquiera nos pertenece, nos aferramos a las pertenencias preocupándonos por acumular y no por dejar fluir lo que no necesitamos o no queremos más. No es que "entre más se tiene, más feliz se es". Quizá entre más se tenga menos se siente el vacío, pero luego será evidente que las cosas no llenan los espacios que deja la gente, los agujeros que deja la falta de conocimiento, el hueco que deja en el alma haber nacido sin ilusiones.
También está la otra cara de la moneda: quienes nacieron teniéndolo todo, valores, afecto y riquezas materiales y por ello mismo no saben lo que es luchar para obtener algo, por lo que han dejado que sus vidas se suman lentamente en un letargo que permite que todo se empolve, se humedezca y finalmente se agriete antes de derrumbarse.
En ambas situaciones lo primero es darse cuenta de la necesidad de reparar, ver lo que está mal. Lo esencial es hacerlo. Si no luchamos por hacernos a nuestra propia vida, por hacer del espacio que nos han dado un refugio, un lugar agradable, el mejor lugar del mundo para nosotros mismos, el descubrimiento de la necesidad de un cambio será una visión infructuosa. Darse cuenta de algo exige una acción como respuesta. Si te das cuenta que tu espacio, tu vida o tus ocupaciones están llenos de grietas, de goteras, de polvo, es tiempo de darte a la tarea, a no ser que encuentres en las tres cosas una belleza sublime que quiere encontrar un lugar en el tuyo. Nadie más hará lo que no hagamos por nosotros mismos, por más amor que nos tengan, no lograrán hacer las cosas del modo en que nosotros mismos las quisiéramos.
Es común amoldarnos a la vida que tenemos, o a la que nos tocó. Es poca la gente con visión y ganas suficientes, personas que sin ser desagradecidas, no se conforman y siempre van por más para sí y para los demás. La mayoría de las personas nos acurrucamos para proteger lo poco que tenemos, y que ni siquiera nos pertenece, nos aferramos a las pertenencias preocupándonos por acumular y no por dejar fluir lo que no necesitamos o no queremos más. No es que "entre más se tiene, más feliz se es". Quizá entre más se tenga menos se siente el vacío, pero luego será evidente que las cosas no llenan los espacios que deja la gente, los agujeros que deja la falta de conocimiento, el hueco que deja en el alma haber nacido sin ilusiones.
También está la otra cara de la moneda: quienes nacieron teniéndolo todo, valores, afecto y riquezas materiales y por ello mismo no saben lo que es luchar para obtener algo, por lo que han dejado que sus vidas se suman lentamente en un letargo que permite que todo se empolve, se humedezca y finalmente se agriete antes de derrumbarse.
En ambas situaciones lo primero es darse cuenta de la necesidad de reparar, ver lo que está mal. Lo esencial es hacerlo. Si no luchamos por hacernos a nuestra propia vida, por hacer del espacio que nos han dado un refugio, un lugar agradable, el mejor lugar del mundo para nosotros mismos, el descubrimiento de la necesidad de un cambio será una visión infructuosa. Darse cuenta de algo exige una acción como respuesta. Si te das cuenta que tu espacio, tu vida o tus ocupaciones están llenos de grietas, de goteras, de polvo, es tiempo de darte a la tarea, a no ser que encuentres en las tres cosas una belleza sublime que quiere encontrar un lugar en el tuyo. Nadie más hará lo que no hagamos por nosotros mismos, por más amor que nos tengan, no lograrán hacer las cosas del modo en que nosotros mismos las quisiéramos.
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