Versos coloniales

Yo no sé de letras. Sólo sé de recuerdos y de olvidos.
Sólo sé que soy lo que siempre quise ser y nunca había podido.
Todo es siempre una excusa, una idea, un motivo,
que necesita nacer, crecer y ser oído.

Mis palabras nunca cesan: lejos están de ser un río adormecido,
la joya al fondo del neceser, un nombre sin apellido.
Me he perdido entre las mesas, entre fogones y platillos.
Añorando anochecer entre manzanas y membrillos.

Alegres las mañanas, felices los prados
que al amanecer se cubren de rocío,
mientras entre los ríos despiertan sin querer
los peces y lagartos, los pájaros e iguanas,
los vecinos, y los míos.

Corren ligeras las fragancias, suculentos los vahos
de chocolate, de arepas y cocidos.
Las bestias con sus bríos comienzan a correr,
la gente caminando, las señoras ordenando,
niños al estudio, el mundo con sus giros.
Y yo, con el aliento frío,
con el pensamiento en vilo,
con el alma de un hilo.




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