Vanidad
Se preguntan los ilustres caballeros: ¿De donde salió esta maldición que hace que nos preguntemos "¿Qué carajos pasó?" cuando vemos al monumento del que nos adueñamos la noche anterior convertido en un esperpento al verle sin maquillaje?
Y nos preguntamos nosotras: ¿Por qué nos condenamos tan voluntariamente a torturarnos con dietas insípidas, con ayunos de los que desfallecemos a la semana si no al tercer día?
¿Quién nos metió en la cabeza que teníamos que embutirnos entre fajas y bodies, embardunarnos con cremas y aceites y masacrarnos con masajes que más parecen la cuota inicial de la tortura china?
Yo creo que al final del proceso las pobres parecen un sarcófago egipcio de afuera hacia adentro.
Encima: toda la capa de polvos, sombras, rubores, bases, pintalabios, brillos, rímel, lápiz de ojos y cuanta cosa exista para embellecer la cara, cumpliendo casi siempre con su cometido: adornar. El pelo con crema de peinar y estirado como las cuerdas de una guitarra. Ropa suave y ceñida, zapatos lustrosos y a la moda, accesorios de cuanta variedad exista en el mundo.
Debajo de la primera capa, la más bonita a la vista en muchos casos, se encuentra piel o más tela, y esa tela si está, está en forma de un artículo aprisionador de piel sobrante, gorditos, músculos y tripas, que acomoda el cuerpo para que quepa dentro de la ropa suave y bonita del párrafo anterior.
Y, ¿cómo están la piel sobrante, los gorditos, los músculos y las tripas encarceladas dentro de la tela? Adoloridas después del suplicio del masaje matutino que pretende drenar la grasa hacia los ganglios, aburridas las estrías de verse tan juntas, fastidiadas las tripas que sólo quieren que su dueña las descomprima para volver a sus funciones normales.
Puede que al final se tenga un cuerpo bonito, una imagen saludable en apariencia. Felicidad pasajera.
Es mucho más feliz quien debajo de la ropa viste orgullosamente su piel, la que sea que le pertenezca. Es mucho más feliz quien en lugar de torturarse comienza a preocuparse por entender qué no la hace feliz y como puede acomodar su vida para corregirlo y no tener el problema nunca más, no acomodando su cuerpo a la vida que quiere cada vez que el cuerpo vuelve y se "desajusta". Es más feliz quien, al día siguiente, descubre a su costado una mujer hermosa y no quien se llevó la decepción de ver un rostro diferente, otra persona, otro cuerpo al descubrirlo despojado de sus textiles envolturas. Es más feliz quien puede simplemente sentirse en paz llevando o no maquillaje. Es más atractiva un alma fresca que el alma que, colmada de vanidad, ha envanecido también el cuerpo.
Y nos preguntamos nosotras: ¿Por qué nos condenamos tan voluntariamente a torturarnos con dietas insípidas, con ayunos de los que desfallecemos a la semana si no al tercer día?
¿Quién nos metió en la cabeza que teníamos que embutirnos entre fajas y bodies, embardunarnos con cremas y aceites y masacrarnos con masajes que más parecen la cuota inicial de la tortura china?
Yo creo que al final del proceso las pobres parecen un sarcófago egipcio de afuera hacia adentro.
Encima: toda la capa de polvos, sombras, rubores, bases, pintalabios, brillos, rímel, lápiz de ojos y cuanta cosa exista para embellecer la cara, cumpliendo casi siempre con su cometido: adornar. El pelo con crema de peinar y estirado como las cuerdas de una guitarra. Ropa suave y ceñida, zapatos lustrosos y a la moda, accesorios de cuanta variedad exista en el mundo.
Debajo de la primera capa, la más bonita a la vista en muchos casos, se encuentra piel o más tela, y esa tela si está, está en forma de un artículo aprisionador de piel sobrante, gorditos, músculos y tripas, que acomoda el cuerpo para que quepa dentro de la ropa suave y bonita del párrafo anterior.
Y, ¿cómo están la piel sobrante, los gorditos, los músculos y las tripas encarceladas dentro de la tela? Adoloridas después del suplicio del masaje matutino que pretende drenar la grasa hacia los ganglios, aburridas las estrías de verse tan juntas, fastidiadas las tripas que sólo quieren que su dueña las descomprima para volver a sus funciones normales.
Puede que al final se tenga un cuerpo bonito, una imagen saludable en apariencia. Felicidad pasajera.
Es mucho más feliz quien debajo de la ropa viste orgullosamente su piel, la que sea que le pertenezca. Es mucho más feliz quien en lugar de torturarse comienza a preocuparse por entender qué no la hace feliz y como puede acomodar su vida para corregirlo y no tener el problema nunca más, no acomodando su cuerpo a la vida que quiere cada vez que el cuerpo vuelve y se "desajusta". Es más feliz quien, al día siguiente, descubre a su costado una mujer hermosa y no quien se llevó la decepción de ver un rostro diferente, otra persona, otro cuerpo al descubrirlo despojado de sus textiles envolturas. Es más feliz quien puede simplemente sentirse en paz llevando o no maquillaje. Es más atractiva un alma fresca que el alma que, colmada de vanidad, ha envanecido también el cuerpo.
Comentarios
Publicar un comentario