Turquía, un paraíso terrenal por visitar.

En casa suelen decir que la cigüeña se equivocó al dejarme en este país. Yo no siempre estoy de acuerdo, pero reconozco que hay un lugar que atrapa mi alma, que captura mis sentidos, que es objeto de mis sueños, de mis ilusiones y de mi más excéntrica elección hasta el momento.

En realidad  el punto en que concentro mi atención no es un sólo lugar, es una región, pero siempre hay algo específico que predomina.
El centro de mis anhelos y el sueño material más grande que espero realizar, tiene lugar donde se unen dos mundos, dos universos otrora diferentes y que poco a poco comienzan a mezclarse y a tener ciertos rasgos uniformes pero que no dejan de mantener su carácter individual. Es el punto de partida y de llegada, el origen de la vida y de miríadas de conocimientos y enseñanzas. País de las siete ciudades del Apocalipsis, la tierra de los fuertes.

Desde siempre, Grecia y Turquía aparecieron mágicamente ante mis ojos, pero con todo y su historia, su comida, su música, no fue más que el inicio del descubrimiento de lo que realmente quisiera conocer antes de morir. Además de contener en sí un pueblo de recio carácter y gran corazón, está colmado de riquezas y bellezas por doquier.

Yendo más allá de la Mezquita azul y la impresionante vista del Bósforo, del Gran Bazar, de sus muy hermosas mezquitas y museos, hay un paisaje colmado de sorpresas: piscinas naturales en Pamukkale, imagen que encontramos arriba, el monasterio de los derviches en Konya, la legendaria Esparta...

Este país es para mí el equivalente del sueño americano: belleza, progreso, talento, respeto, alegría, cultura por doquier. Por eso, mi más excéntrica elección hasta el momento ha sido aprender turco. Tener la oportunidad de hablar con alguien nacido en estas tierras se traduce la mayoría de las veces en poder tener contacto con personas conscientes de quienes son, de su historia, del respeto a la pluralidad, de la humildad y la entrega, de las ganas de aprender de todos y enseñar a quien albergue en sí el deseo de aprender.
Ver a los derviches girar hasta el éxtasis, beber un té caliente o una infusión de raíz de loto si hace frío, tener el placer de comer sus berenjenas rellenas o sus kebabs, sus baklavas crocantes y almibaradas... Como soñar no cuesta nada y muchas veces los sueños se hacen realidad: Turquía, un paraíso terrenal por visitar.

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