Rosas y espinas
Es difícil saber cómo es la vida, y a veces cuesta aún más decir cómo debería ser.
Todos quisiéramos que estuviera exenta de dolores, de rabia, de penas y dificultades.
Si, ya sabemos que sin los momentos difíciles y dolorosos no sabríamos valorar los buenos momentos, los regalos.
También es cierto que el hombre es un animal de costumbre. Si no le gustan las lentejas pero no hay más, terminará por acostumbrarse a comerlas. Si se acostumbra a la riqueza ya ningún regalo será realmente valioso, o por el contrario, nada valdrá lo suficiente si se acostumbra a la ambición.
Cada cual sabrá a qué se ha acostumbrado y a qué no. Pero yo no puedo acostumbrarme al sufrimiento, ni a recibir detalles.
Hoy pude hablar con alguien que tenía las emociones del amor a flor de piel, alguien que se sentía feliz, en paz, pese a haber permanecido un cierto tiempo de fracaso en fracaso. De hecho, conozco muchas personas que vivían de desilusión en desilusión, y no por masoquismo, sino por no dejar morir esa esperanza de encontrar algún día una correspondencia sincera y perdurable. Eso es de admirar, y más aún si esa persistencia se enfoca en una sola persona: sea alguien que insiste en amar una persona que a todas luces desmerece su amor pero que también quiere luchar, o por hacerse feliz a sí mismo.
A veces hay personas que corren con suerte y reciben rosas que ya no tienen espinas, para que no se lastimen. Ha sufrido quien las ha cultivado, quien las ha cosechado, quien quitó sus espinas, y también pasó por trabajos quien las compró para su ser amado: el dinero sólo crece en el árbol del esfuerzo.
Les pongo otro ejemplo: sufría quien se había levantado temprano para ordeñar sus vacas y guardando la leche con cuidado y esmero como siempre, encontró que la leche se había cortado antes del tiempo normal. ¡Y resulta que sólo vendía leche! No vendía quesos, no vendía yogures, pero quedó la posibilidad de hacer algo diferente con esa leche que ya no era leche, de comer algo que no se comía usualmente en casa, y porqué no, de buscar otras personas a quienes venderles sus nuevas ideas. Eso también pasa con la gente: todos nacemos buenos, pero nos vamos dañando en el camino con las malas experiencias o los cuidados inapropiados para lo que somos.
Quizá sea extremista, pero cuando sabemos que alguien lo vale todo, ni la propia vida es suficiente para pagar lo que hemos recibido (como en "El ruiseñor y la rosa") y se sabe que se ama en verdad a alguien cuando no se teme perder la vida por salvar la del otro. No sólo hablo de accidentes, quizá también de una enfermedad, de arrancarse el corazón para que quien nos dio la vida que no conocíamos pueda seguir viviendo. Pero hablando de la vida corriente, de la que a todos nos toca, siempre hay alguien que con amor, dedicación y paciencia, curiosidad e inocencia, llega para tomarse el tiempo de conocernos, de escucharnos, de perdonar los errores que hemos tenido, alguien que todos los días con su sonrisa y sus abrazos nos limpia del polvo que nos cayó en el día. Alguien que no descansará hasta hacerse feliz con nuestra felicidad, hasta llenar su propio pecho con todos los sentimientos que alberga el nuestro. Ese alguien, es la misma persona que pasando por trabajos para traernos rosas, también sufrió quitando las espinas de nuestros tallos.
Todos quisiéramos que estuviera exenta de dolores, de rabia, de penas y dificultades.
Si, ya sabemos que sin los momentos difíciles y dolorosos no sabríamos valorar los buenos momentos, los regalos.
También es cierto que el hombre es un animal de costumbre. Si no le gustan las lentejas pero no hay más, terminará por acostumbrarse a comerlas. Si se acostumbra a la riqueza ya ningún regalo será realmente valioso, o por el contrario, nada valdrá lo suficiente si se acostumbra a la ambición.
Cada cual sabrá a qué se ha acostumbrado y a qué no. Pero yo no puedo acostumbrarme al sufrimiento, ni a recibir detalles.
Hoy pude hablar con alguien que tenía las emociones del amor a flor de piel, alguien que se sentía feliz, en paz, pese a haber permanecido un cierto tiempo de fracaso en fracaso. De hecho, conozco muchas personas que vivían de desilusión en desilusión, y no por masoquismo, sino por no dejar morir esa esperanza de encontrar algún día una correspondencia sincera y perdurable. Eso es de admirar, y más aún si esa persistencia se enfoca en una sola persona: sea alguien que insiste en amar una persona que a todas luces desmerece su amor pero que también quiere luchar, o por hacerse feliz a sí mismo.
A veces hay personas que corren con suerte y reciben rosas que ya no tienen espinas, para que no se lastimen. Ha sufrido quien las ha cultivado, quien las ha cosechado, quien quitó sus espinas, y también pasó por trabajos quien las compró para su ser amado: el dinero sólo crece en el árbol del esfuerzo.
Les pongo otro ejemplo: sufría quien se había levantado temprano para ordeñar sus vacas y guardando la leche con cuidado y esmero como siempre, encontró que la leche se había cortado antes del tiempo normal. ¡Y resulta que sólo vendía leche! No vendía quesos, no vendía yogures, pero quedó la posibilidad de hacer algo diferente con esa leche que ya no era leche, de comer algo que no se comía usualmente en casa, y porqué no, de buscar otras personas a quienes venderles sus nuevas ideas. Eso también pasa con la gente: todos nacemos buenos, pero nos vamos dañando en el camino con las malas experiencias o los cuidados inapropiados para lo que somos.
Quizá sea extremista, pero cuando sabemos que alguien lo vale todo, ni la propia vida es suficiente para pagar lo que hemos recibido (como en "El ruiseñor y la rosa") y se sabe que se ama en verdad a alguien cuando no se teme perder la vida por salvar la del otro. No sólo hablo de accidentes, quizá también de una enfermedad, de arrancarse el corazón para que quien nos dio la vida que no conocíamos pueda seguir viviendo. Pero hablando de la vida corriente, de la que a todos nos toca, siempre hay alguien que con amor, dedicación y paciencia, curiosidad e inocencia, llega para tomarse el tiempo de conocernos, de escucharnos, de perdonar los errores que hemos tenido, alguien que todos los días con su sonrisa y sus abrazos nos limpia del polvo que nos cayó en el día. Alguien que no descansará hasta hacerse feliz con nuestra felicidad, hasta llenar su propio pecho con todos los sentimientos que alberga el nuestro. Ese alguien, es la misma persona que pasando por trabajos para traernos rosas, también sufrió quitando las espinas de nuestros tallos.
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