Dar y recibir II
Hay otra cuestión al respecto que me inquieta.
No es sólo acerca de lo que sucede cuando no hay reciprocidad. También de cuando se está acostumbrado a dar y de un momento a otro no se puede, o de cuando no se está acostumbrado a recibir.
En ambos casos prima una incomodidad desmesurada, una búsqueda de formas de corresponder y muchas veces frustración cuando ésto no se logra.
Es interesante encontrar personas que dan constantemente. No es lo normal encontrar personas generosas hoy en día, y no sólo de dinero. La mayoría de la gente es también tacaña en expresiones de afecto, en afecto en sí, y mucho más cuando se habla de tiempo. Nunca hay tiempo para nada ni nadie, ni siquiera para sí mismos. De manera que, encontrar personas que destinan dinero para ayudarnos, complacernos, o simplemente para compartir, encontrar personas generosas de afecto o de tiempo, además de ser una gran y grata sorpresa, es también un aliciente al reconocimiento: esas personas que nos dan su tiempo, sea escuchándonos, visitándonos cuando estamos enfermos, celebrando nuestros cumpleaños o nuestros logros, enseñándonos sin pedirnos nada a cambio, no tendrán ese tiempo de vuelta. Confían en nuestras manos algo que nunca regresará, y que esperan haber entregado a la persona indicada. El dinero vuelve, el afecto muchas veces también, pero el tiempo jamás.
Cuando hablo de personas que de un momento a otro no pueden dar lo que solían, no sólo hablo de dinero, aunque es lo más común y para muchos lo más frustrante. Quien proveía y se ve imposibilitado para hacerlo se siente herido no solamente en su capacidad, sino en su ego y ve su voluntad cercada de impedimentos. De hecho, para muchos hombres que no pudieron salir adelante, no poder proveer es una afrenta a su hombría porque es la mujer la que "lleva los pantalones en la casa", los hijos muchas veces no respetan sino a quien da el dinero y casi siempre aplica que "el que tiene plata marranea", es decir, que se hace la voluntad de quien provee, viendo su voz de mando mermada a un simple murmullo de aprobación a todas las decisiones de los demás. Este es el menos grave de los casos, porque siempre he dicho que querer es poder, que quien no lo logra es porque no ha tenido la voluntad suficiente. Siempre hay una camino, una mano tendida, una solución posible y que no requiere de grandes inversiones. Siempre hay gente quejándose por no haber podido estudiar, sin ver todas las posibilidades gratuitas que ofrece el gobierno. Si no ha podido es por no querer, no porque realmente no se pueda.
Ahora, la cuestión se complica cuando hablamos de personas que prodigaban afecto a sus pares y de un momento a otro son absolutamente incapaces de hacerlo. Fácil es juzgar a ese ser afligido y tildarlo de amargado, rencoroso, extremista, dramático. Pero pocos se sientan a pensar en qué han aportado a la acritud de ese ser. Puede que lo que el imposibilitado identifique como el hecho principal no sea sino el detonante, la punta del iceberg. Puede que la gente vea su aflicción como una pequeñez, porque no ven más que lo que el afligido les relata, no la dimensión del sufrimiento del mismo. Una persona envuelta en sufrimiento no sólo aparece luego de haber caído en un baño de dolor como fresa en chocolate. Una persona envuelta en sufrimiento puede aparecer luego de mucho tiempo de frío, de abandono, de múltiples capas del polvo negro de la recriminación. Es más fácil juzgar que ayudar, pero siempre será más útil lo segundo.
No es sólo de dar y recibir, es de poder hacerlo.
No es sólo acerca de lo que sucede cuando no hay reciprocidad. También de cuando se está acostumbrado a dar y de un momento a otro no se puede, o de cuando no se está acostumbrado a recibir.
En ambos casos prima una incomodidad desmesurada, una búsqueda de formas de corresponder y muchas veces frustración cuando ésto no se logra.
Es interesante encontrar personas que dan constantemente. No es lo normal encontrar personas generosas hoy en día, y no sólo de dinero. La mayoría de la gente es también tacaña en expresiones de afecto, en afecto en sí, y mucho más cuando se habla de tiempo. Nunca hay tiempo para nada ni nadie, ni siquiera para sí mismos. De manera que, encontrar personas que destinan dinero para ayudarnos, complacernos, o simplemente para compartir, encontrar personas generosas de afecto o de tiempo, además de ser una gran y grata sorpresa, es también un aliciente al reconocimiento: esas personas que nos dan su tiempo, sea escuchándonos, visitándonos cuando estamos enfermos, celebrando nuestros cumpleaños o nuestros logros, enseñándonos sin pedirnos nada a cambio, no tendrán ese tiempo de vuelta. Confían en nuestras manos algo que nunca regresará, y que esperan haber entregado a la persona indicada. El dinero vuelve, el afecto muchas veces también, pero el tiempo jamás.
Cuando hablo de personas que de un momento a otro no pueden dar lo que solían, no sólo hablo de dinero, aunque es lo más común y para muchos lo más frustrante. Quien proveía y se ve imposibilitado para hacerlo se siente herido no solamente en su capacidad, sino en su ego y ve su voluntad cercada de impedimentos. De hecho, para muchos hombres que no pudieron salir adelante, no poder proveer es una afrenta a su hombría porque es la mujer la que "lleva los pantalones en la casa", los hijos muchas veces no respetan sino a quien da el dinero y casi siempre aplica que "el que tiene plata marranea", es decir, que se hace la voluntad de quien provee, viendo su voz de mando mermada a un simple murmullo de aprobación a todas las decisiones de los demás. Este es el menos grave de los casos, porque siempre he dicho que querer es poder, que quien no lo logra es porque no ha tenido la voluntad suficiente. Siempre hay una camino, una mano tendida, una solución posible y que no requiere de grandes inversiones. Siempre hay gente quejándose por no haber podido estudiar, sin ver todas las posibilidades gratuitas que ofrece el gobierno. Si no ha podido es por no querer, no porque realmente no se pueda.
Ahora, la cuestión se complica cuando hablamos de personas que prodigaban afecto a sus pares y de un momento a otro son absolutamente incapaces de hacerlo. Fácil es juzgar a ese ser afligido y tildarlo de amargado, rencoroso, extremista, dramático. Pero pocos se sientan a pensar en qué han aportado a la acritud de ese ser. Puede que lo que el imposibilitado identifique como el hecho principal no sea sino el detonante, la punta del iceberg. Puede que la gente vea su aflicción como una pequeñez, porque no ven más que lo que el afligido les relata, no la dimensión del sufrimiento del mismo. Una persona envuelta en sufrimiento no sólo aparece luego de haber caído en un baño de dolor como fresa en chocolate. Una persona envuelta en sufrimiento puede aparecer luego de mucho tiempo de frío, de abandono, de múltiples capas del polvo negro de la recriminación. Es más fácil juzgar que ayudar, pero siempre será más útil lo segundo.
No es sólo de dar y recibir, es de poder hacerlo.
Comentarios
Publicar un comentario