Música

Es la perfección, es el esquema ideal que la mayoría de las personas no pueden descifrar y aún así cautiva nuestros ojos que dejan perder sus pupilas entre claves, corcheas, negras y blancas, que se deleitan entre fusas y silencios.
Es tan enigmática y tan clara al mismo tiempo, tan irresistible que las personas cuyos oídos han perdido su destino y no son ya más que un par indiferente de ornamentos, se ven cautivados y sedientos de su néctar, que se prodiga generosamente, creando así genios llenos de la virtud que no llegarán a conocer por completo.

Está presente en cada instante: en nuestros iPod mentales que reproducen canciones todo el tiempo. Caminando, preparándonos para una fiesta, en un momento romántico, o en el peor de los dolores. En los días más difíciles su melodía pasa suavemente por nuestros oídos pero llega en forma de daga al corazón en cada nota. En los días felices, las canciones tropicales van al ritmo frenético de nuestro corazón o las baladas de amor nos acunan entre sus pliegues de terciopelo. Mientras nos entregamos a los brazos de Morfeo o a la ambrosía de Afrodita, descubriendo en el cuerpo amado la estructura del violín: también es un tesoro con alma, fondo y una tapa, en el que encuentras las mismas curvas, la voluta de su lengua, las clavijas de sus ojos y oídos, sus cabellos como cuerdas, su espalda en la que se enclava el diapasón más hermoso del mundo, el puente de la gloria, el cordal de sus entrañas.

Hay tantos instrumentos como sentimientos en el mundo, hay tantos matices y ritmos como sensaciones, hay tantos artistas como anhelos, tantas posibilidades como personas en el mundo. Solo espero que si bien no cada día, al final de ellos, suenen para nosotros los violines de la gloria.

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