Ícaro: miedo, voluntad y libertad.

Todos anhelamos ver los sueños convertidos en planes, estos en realidades y deseamos a su vez que no se conviertan en recuerdos sino en un presente eterno.

No voy a mentir. De cuando en cuando la ansiedad me consume y quisiera verlo todo hecho, todo listo, todo cumplido, pero al menos corro lo suficiente para escapar de sus cortantes garras, para poder darme un respiro antes que llegue y seguir huyendo, porque encararle no sirve para nada. Encarar la ansiedad, encarar cualquier problema, es volverse presa de él de nuevo por un instante. Mucho he corrido como para dejarme atrapar de nuevo.

Quizá lo más notorio es que ya no tengo miedo a arriesgar. Sigo teniendo miedo a no lograr, pero no hay en mi alma el temor de fracasar. He decidido lanzarme al abismo, con la certeza de haberme preparado a consciencia para el viaje, con la esperanza de unas alas lo suficientemente fuertes para que, dejándome caer en picada, a medio camino pueda abrir mis alas y pasar revoloteando por las estrechas rocas hasta llegar al valle de la dicha que deseo. Como Ícaro, tomo el riesgo, y aún teniéndole como ejemplo, decido todo apostar.

Es extraño vivir cuando antes creías que lo hacías y todo lo que pasaba era que te moldeabas a cómo los demás querían verte. No tengo miedo al rechazo, tengo miedo a los sermones, a las insistencias y las palabras que pretenden hacerme cambiar de opinión. Tengo miedo a mi reacción, porque no he logrado que mi carácter sea impasible. Tengo miedo a perder tiempo tratando de explicarles mi proyecto si de todas maneras no van a entender. Menos tiempo para disfrutar.

Al partir habré de extrañarles, pero quiero cumplir mis deseos para sentirme feliz, para sentirme en mi verdadero hogar, para tener la satisfacción de haberlos cumplido. Y será esta felicidad la que todo lo llene, borrando incluso los espacios vacíos que se reservaron para sí dentro de mi mente.

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