Esquizofrenia

Su maldita insistencia me harta. Su sola presencia luego de tres apariciones en menos de una hora me exaspera, me llega la ira hasta las puntas del cabello, la desesperación me sube de los pies hasta las sienes.

Dirán que exagero, pero, ¿soy acaso el único ser en el mundo a quien molestan las repeticiones de sugerencias que tienen en su fondo el tono ridículo de los reproches diplomáticos? ¿soy acaso tan impaciente, tan intratable, tan intolerante, que me hallo prevenida ante todo, ante todos, sólo para reaccionar con violentas palabras cuando en realidad quisiera cometer el más violento de los actos?

Y si esto me pasara sólo cuando la gente me harta, pero las ganas de destruirlo todo me invaden cuando estoy frente a un espejo. No necesariamente el espejo normal, sino también frente a alguien en quien, los defectos que poseo, me exasperan. ¡Sólo quiero acabar con todo! Y justo cuando me doy cuenta, la angustia me consume, me lleno de miedo, de temor, necesito gritar, correr, poder llorar en paz mi desesperación. ¡No estoy loca! Mísero espejo, ¿por qué no puedo comer pan frente a él?

Se supone que este es mi sitio, y sin embargo, ¿podré algún día encontrar mi lugar? Ya no quiero seguir escuchando pájaros a medianoche, ya no quiero más gritos de reproche. En todo caso, no pierdo el tiempo demostrando nada, me basta con saber que de la pared sale siempre un viejo que me abraza... Mi rabia, mi tristeza, mi temor, y la gloria que me envuelve en las noches cuando sueño con mi nueva casa son míos, nadie me los puede robar, y decirles algo sería darles un poco de mi tesoro. Nada me mueve, nada me interesa más que irme.

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