Esclavos

¿Qué hay más hermoso que el mundo de fantasías en que vive un niño? ¿Cómo se supone que debemos ser según el Ser supremo que nos ha concebido en la eternidad de su mente? Como niños.

Si esa es la recomendación, ¿por qué nos empeñamos en ser y hacer todo lo contrario? ¡Es tanto lo que añoramos crecer para ser libres! Y el hombre nunca tiene libertad. Esclavo de la ansiedad de ver pasar los años prontamente para hacer y deshacer a voluntad, esclavo de las febriles y fugaces pasiones que oprimen el corazón cual costillas sobre las que yace la inmensa roca del rechazo. Esclavo de un carácter muy débil para enfrentarse a todo y decir la verdad, o esclavo de una personalidad tan voluptuosa, arrolladora y rebelde, que el peso, el cáliz más amargo es reconocerse como tal.

También es esclavo, algunas veces, de algún estúpido vicio contraído en la debilidad de la juventud, esclavo confinado en cuatro paredes en que seguramente no quiera seguir permaneciendo, viendo su casa, su lugar de estudio o de trabajo como la más hedionda, húmeda y oscura de las prisiones a las que pudiere haber sido enviado. Incluso, somos esclavos de lo que anhelamos como la dicha completa. Yo, esclava de unos besos que no me son ajenos, pero que están lejos de reposar junto a mí en las noches heladas, que se hallan lejos de entibiar y refrescar mi aliento en las mañanas. Esclava de ser la víctima, la victimaria, de hacer lo que otros no quieren y de esperar que otros hagan lo que no quiero hacer. Esclava de mis sueños, como todos, esclava de lo que me tortura, como a cualquiera. Esclavos todos del dinero, prueba de fe de una riqueza que no vemos ya que no es la riqueza en sí misma, y sin el cual la subsistencia se haría penosa. Esclava de Dios, esclava de la tierra que todo lo prodiga, esclava de mi corazón y de mi mente, dos bocas con sed insaciable de letras y afectos.

Puede que sea una esclava más, pero soy tan consciente de mi esclavitud como un niño puede serlo. Cuando era niña era esclava del deseo de ser niño, y no era consciente de no poder serlo. No me gustaban las muñecas, ni los vestidos, ni las moñitas. Ahora, voluntariamente, he decidido liberarme de los mil disfraces que acumulé en los parajes harto recorridos para ser esclava de lo que nunca creí llegar a disfrutar. Entregarme a mis ranitas, ositos y juguetes, sabiéndolos mis hijos. No del todo, pero comienza a gustarme mi talle envuelto en telas ligeras que se entregan al columpio de los vientos, a las trenzas, adornos, maquillajes y perfumes. He decidido entregarme a lo que creí que nunca podría ser, he decidido ser feliz buscando un destino diferente. La única vez que lo he hecho resultó muy bien, ¿por qué mala ventura del destino no habría de ser así nuevamente?

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