El alma y la impaciencia
¡Qué brillante es el sol con tu presencia, y qué amargo su calor cuando te escondes más allá del horizonte! Me sabes presa de tu aliento y eres consciente que no se requiere más que me mires de reojo para que me derrita como queso en chocolate caliente, para que la cera en la que me moldearon se funda frente a ti.
Ya has sido testigo de cómo mis mejillas se sonrojan cuando las besas o las acaricias dulcemente con sus dedos de seda, poniéndose tan calientes como el hierro con el que se funde el azúcar de una crema catalana.
Ya has sido testigo de cómo mis mejillas se sonrojan cuando las besas o las acaricias dulcemente con sus dedos de seda, poniéndose tan calientes como el hierro con el que se funde el azúcar de una crema catalana.
Me cuesta controlar la ilusión de verte otra vez... En realidad, veo tu mirada en todas partes: entre la gente, por dentro de mis párpados, en los diminutos retratos que sembraste en mis labios con la savia de aquel beso y ahora recorren cada parte de mi cuerpo escondidos en mi sangre.
Lucho con ahínco para vencer el temblor que ha tomado posesión de mis manos con lo vívido de los recuerdos pintados en acuarelas y moldeados en la greda húmeda de dos pasados tormentosos que ahora se han ido al fondo del mar, para que su muerte sirva al menos de sustrato en el que habrán de nacer todos los corales y las algas más hermosas que jamás hayan brotado de las entrañas de la tierra y que, aún así, no contemplarán más que los ojos que ellas quieran.
La vida se hace larga sin tu amor, sin tu presencia. Vuelve pronto y verás como todo reverdece ante tus ojos, no tardes en llegar a mis brazos y te prometo que encontrarás en mis jardines las hortensias que plantaste, en mi casa el perfume de azahares y jazmines que extrañaste y, en mi pelo, aún florecida la amapola que en la fuente de la plaza me entregaste.
Lucho con ahínco para vencer el temblor que ha tomado posesión de mis manos con lo vívido de los recuerdos pintados en acuarelas y moldeados en la greda húmeda de dos pasados tormentosos que ahora se han ido al fondo del mar, para que su muerte sirva al menos de sustrato en el que habrán de nacer todos los corales y las algas más hermosas que jamás hayan brotado de las entrañas de la tierra y que, aún así, no contemplarán más que los ojos que ellas quieran.
La vida se hace larga sin tu amor, sin tu presencia. Vuelve pronto y verás como todo reverdece ante tus ojos, no tardes en llegar a mis brazos y te prometo que encontrarás en mis jardines las hortensias que plantaste, en mi casa el perfume de azahares y jazmines que extrañaste y, en mi pelo, aún florecida la amapola que en la fuente de la plaza me entregaste.
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