Contando el tiempo
Si tan sólo pudiera saberse de cuántas maneras cuento el tiempo que te pierdes en los confines del horizonte...
Ya sé cuántas gotas de agua caen de la llave dañada en la cocina desde cuando te marchas hasta cuando me has dejado saber que has llegado el lugar donde el rocío aguarda para bañarte a la madrugada. He pasado noches y días, tardes y mañanas enteras escuchando el tic tac del reloj, anhelando que alguno coincida con que llames a la puerta. Hasta sé cuantas veces respiro, cuantas veces late mi corazón, cuantas veces muevo el pie con la impaciencia de verte regresar.
Le suplico a mis pulmones que no respiren más, a mi corazón que pare de latir, a la llave que no gotee, al reloj que no deje correr más el tiempo que se escapa entre sus manecillas, tan frágiles como lágrimas que se han congelado al contacto con el gélido viento que precede a la aurora. Mis súplicas no son para que me encuentres tan joven y radiante como cuando debiste partir de mi lado, son sólo para mitigar la agonía de tu ausencia, para que también encuentren el deleite de pasar por el mundo lentamente cuando estés aquí, o simplemente les parezca una delicia perderse en la quietud, haciendo perpetua una tarde en tu presencia.
¡Han pasado tantas lunas sin hallarme entre tus brazos, sin beber del néctar de tus palabras sabias y sin embriagarme con el rosado perfume de tu aliento! Las estrellas brillan para mí como lo hacían tus dientes nacarados incrustados en tu sonrisa al despedirte cada noche, las nubes me abrigan dándome tanto calor como el vapor del té caliente que te sirviera en las mañanas frescas de la primavera.
Aquí sigo, contando latidos, gotas, lunas, hasta que estas mismas cuentas me arranquen la vida como quien arranca una página de un libro cualquiera... Sigo contando todo lo que en sí contenga un recuerdo tuyo y la esperanza de reencontrarte prontamente.
Ya sé cuántas gotas de agua caen de la llave dañada en la cocina desde cuando te marchas hasta cuando me has dejado saber que has llegado el lugar donde el rocío aguarda para bañarte a la madrugada. He pasado noches y días, tardes y mañanas enteras escuchando el tic tac del reloj, anhelando que alguno coincida con que llames a la puerta. Hasta sé cuantas veces respiro, cuantas veces late mi corazón, cuantas veces muevo el pie con la impaciencia de verte regresar.
Le suplico a mis pulmones que no respiren más, a mi corazón que pare de latir, a la llave que no gotee, al reloj que no deje correr más el tiempo que se escapa entre sus manecillas, tan frágiles como lágrimas que se han congelado al contacto con el gélido viento que precede a la aurora. Mis súplicas no son para que me encuentres tan joven y radiante como cuando debiste partir de mi lado, son sólo para mitigar la agonía de tu ausencia, para que también encuentren el deleite de pasar por el mundo lentamente cuando estés aquí, o simplemente les parezca una delicia perderse en la quietud, haciendo perpetua una tarde en tu presencia.
¡Han pasado tantas lunas sin hallarme entre tus brazos, sin beber del néctar de tus palabras sabias y sin embriagarme con el rosado perfume de tu aliento! Las estrellas brillan para mí como lo hacían tus dientes nacarados incrustados en tu sonrisa al despedirte cada noche, las nubes me abrigan dándome tanto calor como el vapor del té caliente que te sirviera en las mañanas frescas de la primavera.
Aquí sigo, contando latidos, gotas, lunas, hasta que estas mismas cuentas me arranquen la vida como quien arranca una página de un libro cualquiera... Sigo contando todo lo que en sí contenga un recuerdo tuyo y la esperanza de reencontrarte prontamente.
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