Colegio camino a las ruinas

La naturaleza lo es todo, lo contiene todo, lo llena todo. Aún cuando la mano del hombre haya pasado construyendo o destruyendo, el tiempo le da la razón a la fuerza silenciosa del verde y del agua, del viento que esparce las semillas del diente de león para cubrir, pasado el tiempo, de flores amarillas y motas algodonadas las colinas.

Se han ido al pasado los recintos en que pasara mis primeros años: los más dulces y los más amargos de mi vida. Los secretos de la vida abrieron sus pétalos para mi entre pupitres de madera, baldosas heladas y guardaescobas negros, llegaron a mi las fuentes de la sabiduría, mis primeras inquietudes, muchos conocimientos que fueron borrados hace lustros de los tableros de tiza, arrancadas sus largas páginas de mis cuadernos. Maravillas perdidas entre las hojas fragantes de los libros nuevos que ahora se han ido en cajas a otro lugar donde no los encontraré más.

Me tranquiliza saber destruidas las aulas de tortura, colmadas de maestros con un carácter más amargo que la hiel... Pero lastima ver desmontados los recintos de la gloria, ausentes las sillas tras las que nos escondíamos para comer en clase, mandarnos papelitos, y reír.

No sé bien qué decir, pero sea como sea, aunque el colegio se encuentre caminando hacia el abismo de la muerte, la montaña no se borrará jamás de nuestros ojos, como tampoco lo harán la Virgen y la Cruz enclavadas en su cima. No se irán de nuestra memoria los musgos ni los eucaliptos, no se irá el ruido de las niñas jugando en el patio, molestando con el piano en el teatro, no se irán los "Mil millones de estrellas" de la Capilla, no se irán los aplausos de los padres orgullosos en el Coliseo al celebrar el grado de sus hijas. No se borrará nunca del alma que somos buenas cristianas y honestas ciudadanas.

En honor a todas las alumnas, profesores, hermanas y familias del Colegio Sor Teresa Valsé.