Cambio

Cambiar es fácil cuando estamos hartos de lo que existe en el presente, pero cuesta cuando estamos cómodos con la forma en que vivimos y necesitamos cambiar para seguir viviendo.
A veces no vemos que la rutina, además de absorbernos, nos mata lentamente.
Las muchas horas de desvelo van dejando surcos profundos en el rostro, las lágrimas derramadas van secando la vida que antes corriera por las venas. Las palabras que se callan secan lentamente los labios del cobarde que debiera pronunciarlas.

Los días que pasan colmados de monotonía van tornando pálidos algunos rubores cobrizos, los cabellos negros se tornan blanquecinos, los dientes de perla se tornan amarillos en las fotos antiguas. Las estatuas pierden su expresión, los jardines palaciegos se marchitan como se marchita el sol en el ocaso, tardando tanto en reverdecer como tarde en regresar la primavera.

Se necesita que todo ciclo termine, que todo se acabe y vuelva a comenzar. Pero nada terminará si no hay algo que trunque su camino, nada comenzará si no hay quién le despierte. Es ese el cambio. Quizá las cosas deban sucederse de maneras similares y hasta sucesivas, una y otra vez. Es posible que nada se transforme, que la crisálida nunca se rompa, que los recuerdos sigan pasando al limbo que yace entre las mentes.
Sin embargo, el hastío, la mera posibilidad de mundos llenos de transformaciones, de larvas emergentes y de recuerdos que cada vez se acerquen más a ser vividos, es lo que hará que cada vez haya  más conciencias abriendo sus ojos a la luz de una vida diferente, de un universo que conspira silenciosamente para hacernos llegar lo mejor.

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