Buscando la muerte

Hay quienes consideran cobarde buscar la muerte, sin ser conscientes que cada tic tac del reloj es un paso que damos acercándonos a ella. Es valiente entonces hacerse a la vida que tenemos, ya sea que tengamos la que soñáramos, la que nos fuera impuesta, la que nos tocó. Es valiente según quienes juzgan cobardes a quienes son los verdaderos personajes llenos de coraje en la historia: los que son capaces de enfrentarse cara a cara con la muerte, el temor de todo humano, los que son capaces de dejar su orgullo y aceptar con honestidad que la vida les ha vencido. No sufre quien muere, sufre quien se queda por quien ahora está ausente para siempre.

Los sueños parecen ser motor suficiente para mantener a alguien en vida. A alguien como a mi, quien antes, buscara la muerte en tres ocasiones sin éxito. Quizá por miedo no lo logré, por falta de conocimiento, por la inexperiencia que nos posee cuando hemos vivido menos de una década. El cuchillo que tanto temiera, la sangre que tanto asco me produjera, serían mis amigos inseparables al escoger ser un servidor de la cocina. ¿Qué es un cocinero sin cuchillo, qué es una carne sin sangre? Son simples vanidades, muestras ineludibles de la imperfección. Alimentos putrefactos y pastillas no harían más que intoxicarme, y sin embargo, había puesto en ellos mi esperanza. Es posible que también haya buscado mi deceso por temor: temor a quedarme en una vida que no me pertenecía, en un lugar que no sentía mío más que por lo mucho que me conocía, lo que le hacía hábil en la tortura.

Tenía miedo de seguir siendo infeliz, no de irme al infierno porque se supone allí van los suicidas. Es este, el temor a seguir sufriendo, lo que nos hace mirar más allá: a enfermos, a desesperanzados, a almas afligidas por el peso de sus culpas o por el peso que otros han puesto desmesuradamente sobre su espalda. Si hay una vida después de la muerte, y nos trae aún más sufrimiento, no podría decirse al morir que fuimos tan cobardes como para ni intentarlo.

La vida fue grata conmigo, luego de tanta desesperación en una mente brillante e insondable encerrada en un cuerpo de nueve años cumplidos recientemente. Impaciencia, desesperanza, frustración, ansias de escapar, rabia y rebeldía, se vieron suavizadas por el bálsamo de una nueva amistad, del primer amor que ahora, luego de tantos años, continúa llenándome la vida.

Pese a nueve meses casi postrada luego de nunca parar de recorrer el mundo, de hacer y deshacer a mi antojo, sólo una vez consideré la muerte como una opción, y fue bajo el efecto de opiáceos en dosis excesivas suministrados por los médicos del hospital. Quería mi vida de vuelta, y tener que pensar hasta para respirar no era vida para mí. Tengo sueños, y porque simplemente tenerlos me hace feliz, quiero quedarme.
Sólo pido a la vida que sea tan favorable con los demás como conmigo. Que les de un sueño, una esperanza realizable, un motivo que valga la pena, y si no, que al menos quienes tienen que decidirse por la eutanasia para descansar o por el suicidio en cualquiera de sus formas para librarse de la tortura de una vida deshecha, no tengan que cargar sobre sí las recriminaciones de quienes no son libres para decidir sobre su existencia.

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