Arenas movedizas

Las hazañas no son  más que un sueño, la vida no es más que un pozo de arenas movedizas: entre más se lucha por salir, más hacia el fondo va todo lo que fuera para algunos objeto de deseo, para otros modelo de perfección o el peor de los accidentes de la naturaleza.

Siempre alguien cree haber logrado sacar una pierna y con ello haber encontrado la fórmula para sacar todo el cuerpo, aunque cueste desmesurados esfuerzos. Luego, los lazos de la angustia le anclan a su propio peso, a un fondo inexistente, le halan como un caucho que se ha estirado al máximo y por sus cualidades natas requiere volver a su tamaño inicial. ¿Nacimos en el fango o caímos en él mientras recorríamos el camino?

Sea como sea, el camino al fondo nunca habrá de terminar más que en una capa de roca que golpeará con fuerza luego de haber permanecido en una burbuja que daba la idea de poder soportar ese infierno. En la capa de roca esperan fragmentos de la misma, lanzadas con las caucheras de los golpes inmerecidos, de los improperios grabados en el alma desde la más tierna infancia, de la reprobación constante de quienes quieren para nosotros una vida perfecta a fuerza de maltratos, acompañada de un falso respeto a la intimidad, de una labor mal ejercida por la que ven a sus vástagos sufrir y encima les cargan con el peso de sus recriminaciones. ¿Qué culpa tiene un hijo de la mala labor de su padre? ¿Qué culpa tiene el padre que hizo lo que creyó mejor sin leer en su hijo necesidades diferentes?

Defenderse es una altanería, obedecer es lo ideal... Y sin embargo, cuando la mente y el corazón pelean, el corazón es quien gana. La teoría la sabemos todos, un corazón fuerte y sano es propiedad de pocos. Quienes ya cargan con ciertas décadas encima hicieron la vida como les tocó al comienzo, como quisieron al final. Ya nosotros también cumplimos la cuota de sometimiento, nunca viene mal un poco de respeto por la libertad, aunque sea cuando nuestro cuerpo yazca sumergido en densas arenas movedizas.