Victoria ajena

Creo que esta noche entendí lo que tanto intentaron enseñarme desde pequeña: a ser feliz con los triunfos ajenos, como si fueran míos.

Aún cuando no tenía nada que ver, cuando no me interesaba más que compartir la dicha de otra persona, pude realmente sentir alegría en mi corazón y celebrar con quienes ahnelaban alcanzar el éxito en una noche llena de sed, angustias e ilusión. Sufrí cuando sufrieron, gocé con su trofeo y lloré cuando entendí lo importante que era que aún pudiendo pasar su día con otras personas, él eligiera estar conmigo.

Me gusta ver como esta ciudad fría y callada se cubrió de un color no más cálido que ella y de la esperanza y euforia de pobladores que en su estado natural son apáticos. Es agradable saber que dentro de nosotros aguarda un espíritu de fiesta que, aunque necesita de estímulos muy grandes para engrandecerse, es capaz de estallar la capa de hielo que se ha cernido constantemente sobre todos. En lugar de estar predispuestos a la histeria colectiva, lo somos a la parquedad, a la imperturbabilidad.

Esperemos que esta calma después de la tormenta sea duradera y que de algún modo esta alegría nos llene a todos y perdure por un buen tiempo. Quizá mi espíritu también se mantenga festivo, con una sonrisa plácida y un cielo azul tachonado de estrellas.

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