Quédate

Jamás me imaginé reconociendo las verdades que nos son comunes, las que callas, las que luchas por mostrarme distintas sin saber que puedo ver la verdad en la miel de tus ojos, en la humedad ausente de tus manos, en tu castidad connivente.

Un mes de solsticio marcó el resto de mis meses, unas cuantas horas dejaron en mi ser su huella indeleble de añoranza para el resto de mi vida. Se me llenaron los ojos de tu sol, los cabellos de tu aroma, mis manos de tus besos, el corazón de tus palabras. No quería más que tu presencia para siempre, que caminar contigo de la mano con el dorado atardecer reflejándose en tu faz. Pero la inmensidad que poseía convirtiose en escasez de la ambrosía que antaño me confiaras.

Ausencia fue todo lo que me diste, la más negra y la más larga de las noches para un corazón joven, limpio e inocente. Olvido era todo lo que percibía mientras pensaba en ti constantemente con la esperanza de llamarte y acercarte cada vez que mi mente evocaba tu aliento, tu aroma, tu firmeza, tu belleza frágil y blanca, tus cabellos finos y dorados, tus ojos de jerez amontillado.

Nada más que paz es lo que quiero que tengas, nada más que lo mejor de mí, nada más que amarte, nada más que hacerte saber que soy feliz, que por fin todo tiene sentido. No quiero más que acunarte entre mis brazos, que mecerte con amor. No quiero más que contarte mis secretos al oído con la misma dulzura con que me elegiste para ti.

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