Me gusta como huele la noche
Me gusta como huele la noche. En verano huele a la brisa salada del mar, a sandías y melones, a tinto de verano y gazpacho, huele a sol y a polvo de estrellas. En invierno me inquieta la nieve que no conozco y detesto el olor del pavimento mojado, pero me gusta como huelen las borrascas, los vientos agrestes que golpean las hojas de los árboles con fuerza, haciéndolas caer violentamente contra el suelo como única forma de hacerlas perecer y dar todo su aroma. Víctimas de las tormentas son los eucaliptos, los liquidámbares y pinos, los caballeros de la noche y los cauchos sabaneros.
El invierno también huele a lana, a café y canelazo, a vino caliente, especias, coladas y chocolate caliente. Huele a sopitas de abuela, a abriguitos de mamá, al agua caliente en la que nos refugiamos luego de luchar contra la pereza de bañarnos.
En otoño los atardeceres huelen a ciruelas, a hojas muertas, a vidas que comienzan a marchitarse. Huele a dulces, a ríos crecidos, a manzanas mordisqueadas, a niños cansados de estudiar. Las noches de otoño huelen a amantes que se escapan para encontrarse en secreto y cubrirse con su manto de nubes, huelen a la miel que expelen sus poros cuando por fin han saciado momentáneamente su eterna sed.
Cuando llega la primavera huele a campos verdes, a flores frescas, a vida. Huele a la ilusión de las citas de San Valentín, a pastel del cumpleaños, a vinagretas y setas, a jazmines, azahares, rosas y hortensias. ¡Las noches de primavera son tan frescas y perfumadas! Huelen a caminatas, a parrilladas, a la ilusión cumplida cuando el amor es correspondido, a una dolorosa decepción cuando nos han rechazado y al peso de la tristeza viendo a todos quienes si lograron lo que querían. Huele a un corazón congelado en primavera, huele a muchos corazones reverdeciendo luego de inviernos interminables. Me gusta como huele la noche.
El invierno también huele a lana, a café y canelazo, a vino caliente, especias, coladas y chocolate caliente. Huele a sopitas de abuela, a abriguitos de mamá, al agua caliente en la que nos refugiamos luego de luchar contra la pereza de bañarnos.
En otoño los atardeceres huelen a ciruelas, a hojas muertas, a vidas que comienzan a marchitarse. Huele a dulces, a ríos crecidos, a manzanas mordisqueadas, a niños cansados de estudiar. Las noches de otoño huelen a amantes que se escapan para encontrarse en secreto y cubrirse con su manto de nubes, huelen a la miel que expelen sus poros cuando por fin han saciado momentáneamente su eterna sed.
Cuando llega la primavera huele a campos verdes, a flores frescas, a vida. Huele a la ilusión de las citas de San Valentín, a pastel del cumpleaños, a vinagretas y setas, a jazmines, azahares, rosas y hortensias. ¡Las noches de primavera son tan frescas y perfumadas! Huelen a caminatas, a parrilladas, a la ilusión cumplida cuando el amor es correspondido, a una dolorosa decepción cuando nos han rechazado y al peso de la tristeza viendo a todos quienes si lograron lo que querían. Huele a un corazón congelado en primavera, huele a muchos corazones reverdeciendo luego de inviernos interminables. Me gusta como huele la noche.
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