¿Que me ponga en tus zapatos?

Sé que hay zapatos más finos o cómodos que los míos, pero corro el riesgo de no ser capaz de soportarlos.

Mis zapatos irán cambiando a lo largo de mi vida, quizá no sólo por desgaste, sino porque encuentre unos que me vengan mejor. ¿Pero los tuyos? No creo que pueda soportarlos por más de una semana. Son tan finos que ni siquiera pueda usarlos tanto como quiera o tan endebles que quizá ni siquiera puedan soportar la firmeza de mi paso. Quizá sean tan altos que andar en ellos sea una verdadera proeza o tan bajos, tan abrumadoramente planos que los horizontes se reduzcan  tan sólo al lugar donde se posan.

Podrían ser tan apretados, tan escasos de espacio como las mentes estrechas que cultivan días llenos de feliz estupidez y obstinado desprecio por las letras, a la vez que no encuentran sapidez alguna en las jornadas que les pasan por encima arrancándoles la vida como a cualquiera de los otros. Porque aún cuando los zapatos sean holgados, pueden serlo tanto que gastemos más de unos lustros tratando de llenarlos, y mientras tanto, también se nos arranca la vida a la vez que se nos da. Es un regalo que así como se da, se quita, que así como viene a nosotros como una doncella hermosa llena de esperanza, se marcha en la forma de los gélidos suspiros de los agonizantes.

No me pondré en tus zapatos, son tuyos y calzan perfectamente a tu grandeza o tu incapacidad. Yo seguiré buscando unos nuevos para mí cuando los necesite. No quiero tus victorias ni tus desgracias marcando el camino que he de recorrer. Lo haré aunque sólo quede en él la huella eterna de mis pies.

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