De gardenias y girasoles


En lo propio, mejores son tres girasoles que dos gardenias.

La segunda me parece una flor ya inalcanzable, existente en las mentes de los enamorados y los cantantes de serenata que vagaban en las noches de antaño cantando de cara a las ventanas y balcones de sus enamoradas, rostros de luz oculta para quienes les aguardaban en medio de la noche llenos de esperanza. Gardenia, evocación del néctar dulce, fragante e inocente de las primeras mieles que brotaron de tantos corazones que quizá ya se han marchado a donde nadie oculte la luz de sus amadas, a donde en su eternidad sea cumplido el sueño perenne de amarles y tenerles junto a sí sin más angustias, miedos ni pesares.

Mas los girasoles aparecen ante mis ojos lejos del carácter impalpable de las gardenias. ¿Para qué quiero dos gardenias cuando puedo tener tres girasoles que revelan ante mí aún un poco más de lo que las palabras de mi amado me permiten conocer? ¿Vale más lo intangible que lo cierto, puro y sublime de lo que se ha puesto en mis manos?

Me quedo con los tres girasoles que buscan con ardor la luz del sol como él busca ansiosamente la luz de mis ojos, me quedo con los tres girasoles que abren sus pétalos ante mí como yo abro mi vida ante la suya, me quedo para siempre con el reflejo nato del oro en sus pétalos que encuentro también en su sonrisa, me quedo para siempre con lo moreno de sus pistilos llenos del almíbar de sus secretos y sabiendo que al secarse develarán ante mí las semillas que renovarán nuestro idilio con los tres girasoles que permanecerán lozanos para siempre.

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